C57-NO SABEN DE LO QUE SOY CAPAZ.
El teléfono móvil pesaba entre las manos de Priscilla, el pensamiento de escuchar la voz de Kenyi le daba fuerzas, estaba decidida: se iría con él.
Sin embargo, antes de que pudiera marcar, la puerta se abrió y entró Inés, su madre, como una tormenta vestida de seda. Su perfume caro llenó la habitación, pero su mirada helada borró cualquier rastro de elegancia. Se detuvo frente a ella con la barbilla en alto, evaluándola como si fuera un error imperdonable.
—Margaret me lo ha contado todo —espetó con voz dura.
Priscila tragó saliva, sintiendo el frío recorrer su espalda.
—¿De qué hablas? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
—¡De que te revolcaste con ese pobre! —gritó Inés antes de hundirle los dedos en el cabello y tirar de ella con violencia.—¡Eres una verguenza, Priscilla! ¡Una zorra barata!
Priscila gritó de dolor, pero forcejeó desesperadamente y, en un movimiento brusco, se soltó, dejando mechones rubios entre los dedos de su madre.
—¡Sí! —estalló —. Me acosté con él. Y me gustó. ¿Sabes por qué? Porque él es diferente a todos los hombres que me has querido imponer, él es real, es intenso, incluso mejor que Mason.
La cara de Inés se desfiguró de ira, levantó la mano lista para abofetearla, pero Priscila le atrapó la muñeca en el aire.
—No me vuelvas a tocar. Nunca más —le advirtió.
Inés sonrió con frialdad, como si aquella rebeldía de su hija fuera un juego.
—¿Lo amas? —preguntó con un tono venenoso.
—Sí, lo amo. Y no me importa lo que digas.
—Entonces prepárate para perderlo.
—No puedes decidir por mí. ¡No dejaré que sigas decidiendo mi vida!
La sonrisa de su madre se torció en un gesto cruel.
—¿Ah, no? Pues mira y aprende, querida.
De un tirón, le arrebató el celular y caminó hasta la puerta, y el chasquido de la cerradura al girar la llave fue como un golpe en el pecho. Priscila corrió y comenzó a golpear la puerta con las palmas.
—¡Devuélveme mi teléfono!¡Mamá, ábreme la puerta!
No gritó, no golpeó nada.
Su rostro se mantuvo frío, casi inexpresivo, pero en sus ojos había una tormenta gestándose.
—¿Lejos de mí? —murmuró —No saben de lo que soy capaz.
Sin perder más tiempo, buscó otro número en su celular y lo marcó. La llamada se conectó al instante.
—Vendiamin, préstame a tus hombres —pidió con voz cortante—. Tengo un asunto que resolver... esta noche.
Del otro lado, solo hubo un breve silencio y luego una respuesta:
—Entendido.
Kenyi colgó y reclinó la cabeza contra el asiento por un segundo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó que la rabia se transformara en control.
No iba a perderla.
Priscila era suya, y haría lo que fuera necesario para mantenerla con el.

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