C58- NO ESTAR TAN SOLA.
En el hospital privado de Londres, Kate caminaba por los pasillos apresuradamente, sosteniendo la mano de Oliver, quien iba en silla de ruedas con su pierna aún enyesada y los ojos cansados, pero curiosos. El hospital era moderno, elegante, y se notaba en cada rincón que no era un lugar barato.
El doctor Holden, un hombre mayor de cabello gris, la recibió en su despacho y en cuanto Kate se sentó frente a él, deslizó un papel hacia ella.
—Señora Langley, este es el desglose del tratamiento. Su hijo necesitará comenzar la quimioterapia lo antes posible, y también debemos iniciar la búsqueda de un donante compatible. El procedimiento completo, incluyendo hospitalización, tratamientos, análisis genéticos y preparación para el trasplante… —hizo una breve pausa— tendrá un costo estimado de doscientos treinta mil libras. Eso sin contar los cuidados postoperatorios.
Kate sintió que el estómago se le encogía. Bajó la mirada al papel y las cifras parecían una condena. Tenía una buena vida, un buen trabajo, pero no ese tipo de dinero, no obstante, apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Y... el donante —logró preguntar, con la garganta seca.
—El proceso de búsqueda privada es costoso —continuó el médico—. No podemos esperar meses. Hay empresas que localizan donantes compatibles en menor tiempo, pero sus tarifas pueden ser elevadas. Miles de libras adicionales.
Tragó saliva, era demasiado, una montaña imposible, pero no se iba a rendir.
—Yo... me haré cargo —dijo, tomando el papel con manos temblorosas—. Pagaré lo que sea necesario.
El doctor Holden asintió sin emoción, como si lo escuchara todos los días.
—Entonces estaremos esperando su confirmación para comenzar.
Cuando salió del consultorio, iba con la cabeza gacha, el papel arrugado en su puño y desde aquel día, su vida se volvió una carrera contra el reloj.
Primero, vació todo: su cuenta de ahorros, el fondo universitario de Oliver, incluso su fondo de retiro. Todo se le fue en semanas. Luego intentó pedir ayuda a sus socios del bufete. Ninguno quiso arriesgar tanto dinero, ni siquiera cuando ella les explicó que era por su hijo.
Buscó donantes compatibles por su cuenta. Las empresas cobraban cifras ridículas. Cada noche, abría su portátil, enviaba correos y llenaba formularios. Y cada noche cerraba la pantalla con desesperación. Nada funcionaba. Era como correr en círculos.
Una tarde, sola en la pequeña habitación del hospital, se cubrió la cara con ambas manos y cerró los ojos con fuerza.
«Tengo que decirle a Grayson... »La idea apareció sin avisar, pero de inmediato la desecho. «No. No puedo. Tiene que haber otra forma»
Entonces sonó su teléfono. Respiró hondo, tragó saliva, y contestó.
—Ethan...
—Kate. ¿Podemos vernos? Por favor.
Ella dudó un instante.
—No... no puedo ahora. Estoy pasando por una situación complicada y...
—No tienes que devolverlo —respondió él, sonriendo con dulzura—. Solo cuida de tu hijo, eso es todo lo que quiero.
Le acarició la mejilla con el dorso de los dedos, y ella no se apartó. Se quedó quieta, sintiendo la calidez del gesto.
—Ademas, tengo contactos —añadió él de pronto—. Una amiga en Ginebra trabaja con una fundación de donantes. Es privada, muy exclusiva, pero puedo hablar con ella y quizás podamos conseguir un donante en menos de lo que imaginas.
—¿Que? ¿Tu... tu... hablas en serio?
—Claro que sí. Nunca jugaría con algo así, no cuando se trata de Oliver.
Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas. Se llevó una mano a la boca, como si quisiera contener un grito. No podía creer lo que estaba escuchando. Era la primera vez en semanas que sentía un atisbo de alivio.
—Ethan… yo…
—Shh —él le secó una lágrima que caía por su mejilla—. No tienes que decir nada. Solo quiero que sepas que siempre voy a estar aquí para ti, te lo prometi Kate y voy a cumplir.
Ella bajó la mirada y sonrió. En ese momento, sintió que no estaba tan sola como creía. Sin embargo, su buen ánimo se desvaneció al regresar a la oficina. Allí la esperaba una persona que, según suponía, ya no se encontraba en el país.
Grayson.

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