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CONQUISTANDO A MI EXESPOSA SECRETA romance Capítulo 58

C58 -SOLO DESAPARECE.

El silencio en la sala era espeso.

El médico acababa de salir después de vendar el pie de Margaret, pero el ambiente estaba lejos de calmarse. Marshall y Tom permanecían de pie frente a ella, y sus rostros no mostraban compasión alguna.

Marshall fue el primero en hablar, con la voz cargada de decepción:

—Drogaste a una mujer, mamá. Mentiste sobre Mason. ¡¿Qué más vas a destruir?!

Los ojos de Margaret se abrieron con sorpresa. Porque nunca imaginó escuchar esas palabras de su propio hijo; lo lógico era que estuviera de su lado, como debería.

—Hijo… —murmuró con un tono agraviado—. Yo lo hice todo por ti. Por proteger lo que era nuestro, tú no entiendes…

Marshall no se inmutó y su mirada se mantuvo fría.

—No, mamá. No lo hiciste por mí. Lo hiciste por poder, por ambición. Siempre supe que tú y papá tenían una relación podrida. Se la pasaban peleando, incluso prefería dormir en mi habitación antes que en la tuya.

El rostro de Margaret palideció.

—¿Por qué atarte a un hombre que no te amaba? —continuó él, sacando lo que había guardado por años—. ¿Para qué? ¿Para qué, madre? ¿Creíste que yo era feliz viendo eso? ¡Pues no! Vivían en la misma casa, pero no eran un matrimonio.

Marshall tragó saliva; sus ojos reflejaban la desilusión más pura.

—Me has decepcionado, mamá. Sabía que tenías un carácter duro, pero jamás pensé que tuvieras el corazón podrido.

Margaret lo miró en shock y también en desesperación.

—Hijito… escúchame, merecías tener un padre, no ser el hijo de…

—Preferiría eso antes que saber que mi madre cayó tan bajo. Y no conforme con eso, arruinaste la felicidad de mi hermano. Mason no tenía la culpa de nada, era solo un niño, ¡y tú te ensañaste con él!

Margaret tragó y el impacto era visible en sus ojos.

—Yo… jamás quise…

—No —la detuvo de nuevo, tajante—. No te creo, madre, y no quiero que Sophie esté cerca de ti. ¡No confío en ti! ¡A partir de ahora, mi hija no estará sola contigo!

El gesto de Margaret se quebró y una mueca de dolor surcó su rostro.

—Marshall… ¿Qué estás diciendo? Ella es mi nieta.

—Lo es, pero una persona que hace lo que tú has hecho no puede llamarse ser humano. ¡No puede!

Marshall se giró sin darle tiempo a responder.

Pero Tom ya había girado hacia una de las sirvientas.

—Prepara las maletas de la señora. Se va hoy mismo.

La muchacha abrió los ojos con sorpresa.

—¿La señora… va a viajar?

—Sí —confirmó Tom, sin mirarla siquiera—. Y después de que salga por esa puerta, tiene prohibido volver a entrar. Ya no es nadie en esta casa.

La sirvienta permaneció paralizada hasta que Tom levantó la voz.

—¿Qué esperas? ¡Ve por las demás! Quiero las maletas listas en media hora.

—S-sí, señor Leclair.

La joven salió apresurada y Margaret, consumida en su rabia, lo miró con los ojos encendidos.

—Vas a pagar por esto, Tom. ¡Te lo juro!

—¿Pagar? —Él bufó con desprecio—. ¿Qué más condena que haberte tenido como familia por años? Ya es tiempo de que nos dejes en paz, Margaret. Solo… desaparece.

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