C75- VEINTIÚN CENTÍMETROS DE PLACER.
Grayson avanzó mientras sus labios no se separaban de los de Kate, devorándola con un hambre que llevaba demasiado tiempo conteniendo. El calor entre ellos era palpable, electrizante. Y cuando por fin se apartó solo un instante, sus ojos azules les dejaron ver su deseo y algo más peligroso: posesión.
—Has estado jugando con fuego, Kate… —susurró, ronco—. ¿De verdad crees que no te hare pagar por cada vez que me tentaste?
Ella abrió los labios para responder, pero Grayson ya los capturaba de nuevo en un beso devorador, sus manos yendo directamente al nudo de su toalla. Kate sintió el aire frío rozar su piel desnuda, pero apenas tuvo tiempo de notarlo, porque las manos de Grayson ya la recorrían, palpando sus caderas antes de subir, con adoración brutal, hacia sus pechos.
—Dios… siempre has vuelto loco, Kate —murmuró contra su boca antes de bajar los labios a un pezón y comenzar a chupar con determinación.
Ella cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás con un jadeo, y entre sus piernas, el pulso se aceleró, latiendo al ritmo de cada lengüetada que él le daba —primero suave, luego más insistente, mamando como si quisiera extraerle el alma por ahí. Cuando soltó el pezón brillante de saliva, le dio la misma atención al otro, rodándolo con la lengua antes de apretarlo suavemente entre los dientes.
Kate se estremeció y enterró las manos en su cabello, dejándolo tomar todo lo que quisiera.
Y mientras su boca trabajaba, la mano libre de Grayson bajó, pasando por su vientre tembloroso hasta llegar a su centro. Sus dedos encontraron el clítoris hinchado y lo rozaron apenas, esparciendo la humedad que ya la empapaba.
—Tan mojada por mí… —gruñó satisfecho, metiendo un dedo dentro de ella sin aviso, y Kate apretó alrededor de él, en el instante en que un gemido escapaba de sus labios.
Grayson sonrió contra su pecho, su pene palpitaba dolorosamente dentro de sus pantalones.
—Grayson… yo… —intentó decir ella, con las piernas temblorosas.
Pero él se detuvo, sacando los dedos de su interior con una lentitud cruel y luego se los llevó a la boca, chupándolos con descaro mientras la miraba fijamente.
—Si. Te vas a correr… pero no aún.
La miró, desafiante, disfrutando cómo sus pupilas se dilataban de necesidad.
—Acuéstate.
Kate, sin chistar, obedeció.
Y un segundo después, Grayson comenzó a desvestirse, donde cada movimiento era masculino, poderoso. El esmoquin, caro e impecable, cayó al suelo con elegancia desafiante. Primero la chaqueta, luego la corbata, después los gemelos de las mangas. Todo lento, como si quisiera que ella lo mirara, que lo deseara tanto como él la había deseado siempre.
—¿Sabes cuánto pasé imaginando cómo sonreías para ellos? —Su voz era áspera, cargada de deseo reprimido—. En cómo quisiera tener a ese maldito actor delante de mi y a ese imbécil que te escribe "mi amor"...
Grayson se apartó por último la camisa, dejando caer la tela al suelo sin ningún cuidado. Y entonces, allí estaba él, completamente, desnudo e imponente.
—Celoso, no —susurró, acariciándose de arriba a abajo—. Solo voy a asegurarme de que no compares... porque después de esta noche, ese tipo no será más que un mal recuerdo.
Subió a la cama y sus labios descendieron sobre los de ella, no como un beso, sino como una reclamación. Se separó un segundo y los ojos de Kate estaban vidriosos y el pecho agitado.
—Voy a hacer que olvides sus nombres —murmuró, y dejó que sus manos recorrieran cada curva con adoración brutal—. Voy a hacer que ese cuerpo no recuerde otra cosa que no sean mis manos, mi boca y mi polla dentro de ti.
Kate jadeó cuando sus dedos encontraron su centro otra vez, ya empapado, ya temblando por él.
—Voy a follarte hasta que no puedas caminar sin recordarme. Hasta que ese cerebro tuyo, tan listo, tan jodidamente irritante, no piense en nada más que en cuándo volveré a tenerte así.
Kate jadeó, sus caderas arqueándose involuntariamente hacia su mano.
—¿Y si no quiero olvidarlos? —musitó, desafiante, aunque sabía que estaba perdiendo la batalla.
Grayson rió, antes de morderle suavemente el lóbulo de la oreja.
—Entonces tendré que ser más convincente —prometió, mientras sus dedos se hundían en ella, profundos, firmes y sin piedad—. Pero no te preocupes... me encantan los desafíos.

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