—¡Nadie allá arriba mencionó eso!
—¿Te crees muy listo, eh? ¿Te atreves a jugárnosla?
El tipo empezó a perder el control. Su voz sonó cada vez más áspera:
—¡Carajo! ¡Yo mismo te traje agua y así me pagas! ¡Bébela de una vez!
La sonrisa de Jimena se esfumó en un instante. Se levantó, dispuesta a irse.
Pero los hombres se lanzaron sobre ella, la sujetaron y le rociaron la cara con un spray que ya tenían preparado.
...
—Señorita, ¿de verdad está segura de que le robaron sus cosas y que el ladrón vino a esta habitación?
Joana asintió despacio.
—Nuestro club es muy estricto con el control de acceso. Aquí no entra cualquiera —intentó convencerla el subgerente del lugar.
Este club funcionaba solo con membresía. No era un sitio donde cualquier desconocido pudiera colarse.
Si Joana no hubiera sido socia, ya la habrían despachado.
Ella se cruzó de brazos frente a la puerta del 303, con la barbilla en alto:
—Si tan seguro está de eso, saque a todos los de adentro para que los vea. Me acuerdo bien de la cara del tipo que me robó. Si no está ahí, yo misma les pido disculpas y pago todo lo que gasten hoy.
Por lo que había escuchado antes, claramente esos dos tenían algún tipo de protección.
Si les contaba la verdad, probablemente intentarían ganar tiempo y hasta encubrir a los responsables.
Por eso, Joana inventó una mentira enorme: que le habían robado la cartera cuando subía y que el ladrón corrió a la habitación 303.
El personal del club la miró raro, pero cuando mostró su tarjeta dorada, la cosa cambió. Llamaron al subgerente.
Joana les advirtió:
—Ah, y traigan algunos guardias. Si al abrir la puerta el ladrón se echa a correr y choca con los clientes, no todos serán tan comprensivos como yo.
Al ver que insistía tanto, el subgerente accedió y llamó a varios guardias.
Se acercaron y tocaron la puerta. Al principio, nadie contestó.
Pero el subgerente sabía que esa habitación tenía clientes esa noche.
Tocó de nuevo, aguantando la desesperación. De repente, se escucharon gritos desde adentro.
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