Belén se encontraba al final del grupo, y a través de los huecos entre la gente, logró ver a Fabián parado junto al escenario.
No tenía idea de qué hacía ahí, pero solo el hecho de que él estuviera acompañando a Frida tan cerca del escenario dejaba claro que para Fabián, ella era alguien muy especial.
Cuando la parte más impresionante de la pieza de piano llegó, los murmullos de la multitud se transformaron en elogios.
—El señor Fabián sí que sabe elegir. No solo es guapa esta señorita, sino que toca el piano de maravilla. Si yo fuera hombre, también me enamoraría de ella.
—Y no solo toca bien, ¡mira el cuerpazo que tiene! ¿Qué le negó Dios entonces? Porque parece que lo tiene todo.
Belén escuchaba los comentarios y no podía evitar que le dieran ganas de reír.
Todos alababan a Frida, pero ¿quién de ellos sabía que ella era la piedra en el zapato de su matrimonio con Fabián?
Por muy bonito que fuera ese envoltorio, debajo no había un corazón bondadoso.
Tobías también sentía que aquellas palabras le raspaban los oídos. Belén era la esposa de Fabián, pero para todos los presentes, solo Frida existía.
Belén ya no quería quedarse ni un segundo más. Se dio la vuelta para irse, pero Tobías se adelantó y le bloqueó el paso.
Ella levantó la cara y lo miró, el ceño fruncido, y preguntó:
—¿Tú también viniste a burlarte de mí?
Tobías sonrió, pero ignoró la pregunta de Belén. En vez de eso, tomó su brazo delicadamente y, con una sonrisa profunda, le dijo:
—Con música tan linda, ¿no te parece un desperdicio quedarte sentada sin bailar?
Sin darle tiempo a reaccionar, la tomó de la cintura y la acercó a él, susurrándole al oído:
—Pon tus manos en mis hombros.
Por alguna razón, Belén obedeció sin pensarlo. Levantó los brazos y los apoyó en los hombros de Tobías, dejándose guiar. Al ritmo de la música, ambos comenzaron a bailar.
La familia Soler nunca fue de bajo perfil; siguiendo a su hermano, Belén había asistido a más de un evento social. Sabía bailar desde los quince años, pero era la primera vez que lo hacía ante tanta gente y, sobre todo, con alguien tan importante como Tobías.
Al verlo, varios hombres se animaron a invitar a bailar a las mujeres que tenían cerca.
Poco a poco, la pista se fue llenando.
La curiosidad lo venció. Giró la cara y miró hacia el salón de descanso. Allí, varias parejas bailaban, pero enseguida distinguió a Belén y Tobías.
Giraban, se inclinaban, se acercaban con una sincronía envidiable, como si hubieran bailado juntos toda la vida. El baile era elegante, y ambos se veían radiantes.
Por primera vez en la noche, Fabián miró a Belén con atención. Vestía un largo vestido rojo, llamativo, aunque su expresión suave le quitaba toda exageración y, en vez de opacarla, la hacía destacar aún más.
Esa Belén, la que solía andar con manchas de leche en la ropa y el cabello desordenado, también podía brillar así.
Sin darse cuenta, Fabián se quedó observando en silencio, sintiendo un nudo en el pecho. No sabía qué emoción era esa que lo apretaba por dentro.
Pasaron unos minutos, y la música del piano llegó a su fin.
Un aplauso ensordecedor llenó el salón.
Bajo la mirada de todos, Frida, levantando el dobladillo de su vestido, se acercó a Fabián con suavidad y seguridad.
—Fabián.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....