Belén bajó la mirada hacia su hija. En los ojos de Cecilia se mezclaban mil sentimientos, como si algo dentro de ella se estuviera peleando, pero Belén prefirió no darle importancia. Solo le respondió, con voz tranquila:
—Sí, si te sientes mal, aquí estoy, me quedo contigo.
El gesto de Cecilia se arrugó, visiblemente incómoda.
—Mamá, ¿fue papá quien te dijo que yo me sentía mal?
Mientras sacaba el pijama de Cecilia del clóset, Belén respondió sin mucho ánimo:
—Sí.
Al escuchar que había sido su papá quien lo mencionó, Cecilia decidió no insistir más. Dudó unos segundos, y como si de pronto recordara algo, se apresuró a decirle a Belén:
—Entonces, mamá, espérame tantito, voy a bajar por un vaso de leche y ya subo.
Era cierto que Cecilia acostumbraba tomar leche antes de dormir, pero por lo general, era Belén quien se la llevaba al cuarto. Cuando Belén no estaba en la Mansión Armonía, era Camila quien subía el vaso a la habitación. La verdad, no había razón para que Cecilia bajara sola esa noche.
Belén, con años de ser madre, supo de inmediato que Cecilia iba con otro propósito.
Cuando la niña salió, Belén se quedó un rato sentada en el sillón, abrazando el pijama de Cecilia, como si necesitara aferrarse a algo. Seguía vestida con su vestido de noche, nada cómodo para estar en casa, así que revisó el clóset buscando su propia pijama. Tardó un buen rato, hasta que encontró una vieja bata que usaba cuando Cecilia era pequeña. Alguna vez fue de un amarillo suave, pero el tiempo la había dejado casi blanca.
Si Frida viviera ahí, seguro ya habría tirado esa pijama desde hace mucho. Pero Belén era diferente. Nadie se fijaba en esas cosas cuando se trataba de ella.
Se cambió con cuidado, dobló el vestido de noche y lo guardó en una bolsa especial. Ese vestido fue un regalo de Tobías, y en su mente ya planeaba devolvérselo en cuanto pudiera.
Cecilia no regresaba, así que Belén decidió adelantarse a bañarse. Fue muy rápida, en menos de diez minutos ya había terminado. Al salir del baño, notó que su hija seguía sin volver. Empezó a inquietarse y salió del cuarto.
Justo cuando iba a bajar las escaleras, vio desde arriba la escena en la sala: Cecilia sentada en las piernas de Frida, abrazada a su brazo, suplicándole con voz melosa:
—Señorita Frida, ya no te enojes conmigo, ¿sí? Yo no sabía que mamá iba a regresar hoy. La próxima te acompaño a dormir, ¿sí? Anda, di que sí.
Frida fingía estar molesta, apartando la cara, sin responderle nada. Pero Cecilia, insistente, se enderezó y se pegó a la mejilla de Frida, buscando su atención con voz más dulce aún:
...
Después de beber agua, cuando volvió al cuarto de Cecilia, justo se topó con su hija saliendo de la habitación.
Al verla, Cecilia bajó la cabeza y murmuró, insegura:
—Mamá...
Belén observó a su hija, que ya lucía como toda una señorita, y la imagen de lo que acababa de ver en la sala volvió a dolerle. Verla tan sumisa frente a Frida le rompía el corazón.
Pero no podía hacer nada. Ni su hija, ni su esposo, ninguno de los dos podía evitar preferir a Frida.
—Mamá, ¿a dónde fuiste hace rato?—preguntó Cecilia, acercándose y deslizando su manita en la palma de Belén.
Fue entonces cuando Belén volvió en sí. ¿Cómo no iba a entender lo que Cecilia estaba haciendo? Su hija solo quería saber si la había escuchado conversar con Frida abajo.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....