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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 140

Cristian la miró con desprecio y soltó:

—¿Para quién haces ese teatro? ¿Crees que me importa lo que hagas?

A Belén no le afectaron en lo más mínimo las palabras de Cristian. Sin perder la calma, giró el rostro y se dirigió al grupo:

—Esta noche yo pago la cuenta. Me voy a llevar a mi hermano, que anda bastante desobediente.

Belén había terminado ya una botella de cerveza, y todos lo notaron, lanzándole miradas de respeto y cierta admiración.

Con el ambiente ya más relajado y las cosas dichas, los demás dejaron de hacer comentarios.

Cuando estaban por despedirse con algunas frases de cortesía, Cristian se mostró molesto:

—Belén, ¿quién te dio permiso de meterte en mi vida? ¡Siempre creyéndote más importante de lo que eres!

Belén lo miró de frente y respondió tranquila:

—Tu hermano te está esperando afuera.

Cristian frunció el ceño, levantando la voz:

—No pienso irme contigo.

Belén suspiró, resignada, y volvió a mirar al grupo:

—Bueno, entonces ustedes váyanse primero. Disculpen por todo lo que pasó esta noche.

Los demás dijeron unas palabras amables, y pronto salieron del lugar, dejándolos solos.

La sala privada quedó en silencio, solo Belén y Cristian permanecían allí. Cristian, ya fuera de sí, aventó con furia las botellas y latas de la mesa. —Crash, crash—. El ruido hizo que Belén cerrara los ojos, molesta por el estallido repentino.

En medio del caos, Cristian gritó:

—¡Belén! ¿Tienes idea de cuál es tu lugar aquí? ¿Con qué derecho te metes en mi vida? No eres más que una herramienta para la familia Rojas, ni a niñera llegas. Si alguien debe meterse, es Frida. ¡Lárgate!

Mientras escuchaba, Belén no pudo evitar reír con cierto desdén. Se acercó a Cristian y, sin decir una palabra más, le dio una bofetada.

—Cristian, escúchame bien. Todos estos años que he hecho cosas por la familia Rojas, los doy por perdidos, como si se los hubiera dado a un perro. No espero que lo agradezcas, pero si vas a insultarme, entonces sí que no tiene sentido nada de esto. Si no fuera porque temo que termines muerto en la calle esta noche, ni siquiera estaría aquí.

Después de hablar, Belén se volteó para irse, pero Cristian no iba a dejarlo así. Se levantó de un salto y le sujetó la mano con fuerza:

Con esa idea, todo tenía sentido.

Fabián ignoró el enojo de Cristian y, con voz grave, ordenó:

—Vámonos a casa.

Cristian, aunque molesto, no se atrevió a replicar y tragó todo su resentimiento.

Los tres salieron juntos del bar. Belén se acomodó en el asiento del copiloto, Cristian fue atrás y Fabián tomó el volante.

Nadie dijo nada durante el trayecto. El ambiente se volvió denso, como si el aire pesara más de la cuenta.

Cristian, lleno de rabia, no dejaba de clavarle la mirada a la nuca de Belén, como si quisiera abrirle un agujero con los ojos.

Y aunque Belén había encontrado una razón lógica para lo que pasó, no podía dejar de pensar en las palabras de Fabián.

¿Cuánto la reconocía en verdad?

Al final, entre ellos dos no había mucho más que eso…

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