De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 250

Los ojos de Cecilia se veían muy cansados. Parpadeó y luego dijo:

—Pero cuando me enfermo, mamá me soba la panza.

Era verdad que ya no le gustaba su mamá, pero cuando se sentía mal, recordaba las cosas buenas.

Las manos de su mamá eran tibias, y después de que le sobaba la panza, de verdad le dolía menos.

Frida también le sobaba la panza, pero las manos de la señorita Frida no tenían magia; a ella le seguía doliendo mucho.

Recordando la actitud de Belén, Fabián no supo qué decirle a su hija.

Después de un momento, bajó la cabeza, frotó su frente contra la de ella y le dijo con ternura:

—Papá también sabe sobar, yo te sobo.

—Sí —dijo Cecilia, dejando su pancita al descubierto.

Fabián presionó suavemente su pequeña barriga con su gran mano, y Cecilia se echó a reír.

Al verla tan feliz, Fabián no pudo evitar aguar la fiesta.

—Cecilia, de ahora en adelante tenemos que acostumbrarnos a vivir sin mamá, ¿de acuerdo?

Cecilia pataleó y se encogió de hombros con indiferencia.

—Ya estoy muy acostumbrada. Solo cuando me siento mal pienso en mamá, pero si tú estás a mi lado, ya no pienso en ella.

Fabián, al escuchar esto, se sintió aliviado. Abrazó a su hija, le dio un beso en la frente y le prometió:

—De ahora en adelante, papá pasará más tiempo contigo. Con solo una orden tuya, no importa qué tan ocupado o lejos esté, vendré a verte, ¿te parece?

—¡Sí, sí! ¡Mi papá es el mejor! —exclamó Cecilia, riendo feliz.

Abrazó el cuello de Fabián, pero por alguna razón, sintió una extraña tristeza en su corazón.

Aunque las manos de su papá también eran reconfortantes, no era lo mismo que cuando Belén le sobaba la panza.

No sabía por qué, pero Cecilia todavía quería un poco que fuera Belén quien la cuidara.

Pero ya no importaba. Con que su papá y la señorita Frida estuvieran ahí, era suficiente.

***

En la villa.

Apenas amanecía cuando Belén escuchó el sonido de una discusión en la planta baja.

Se levantó, se arregló y, al abrir la puerta, llamó a una de las empleadas.

—¿Qué pasa abajo?

La empleada, de pie en la habitación con la cabeza gacha, respondió:

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