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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 40

Pero ahora, su actitud había dado un giro de ciento ochenta grados. No entendía qué le pasaba.

Sin embargo, en el fondo, sentía una leve incomodidad. Pero era solo un ligero desajuste al que Fabián no le dio importancia.

Si Belén no necesita que la acompañe, no la forzaré.

El abuelo, al ver cómo se trataban, no pudo evitar suspirar.

Habían pasado cinco años y su relación no solo no había mejorado, sino que parecía estar cada vez más rota. Lo había intentado todo para unirlos, pero seguían igual. No sabía qué más hacer.

Después de la cena, Belén quiso lavar los platos, pero el abuelo no se lo permitió y mandó a un sirviente.

Sentados en el salón, el ambiente era tenso. Cecilia jugaba a las cartas, intercambiando de vez en cuando alguna palabra con su bisabuelo y con Fabián, pero ignorando por completo a Belén. Belén, por su parte, solo hablaba con el abuelo, sin prestar atención a los demás. Fabián, como siempre, era de pocas palabras y de vez en cuando enviaba mensajes con su celular.

Belén sabía que estaba chateando con Frida. Seguramente se sentía culpable por no estar con ella esa noche.

El abuelo, con la intención de volver a unirlos, se levantó, alegando que ya era tarde y que se iba a dormir. Les pidió que se quedaran esa noche.

—Abuelo, lo acompaño a su habitación —se ofreció Fabián, levantándose el primero.

—Abuelo —dijo Belén de repente.

—¿Qué pasa? —preguntó él, volviéndose con una mirada cariñosa.

Belén escuchó el sonido de las cartas de Cecilia. Si hubiera sido antes, se habría sentado a su lado, la habría abrazado y habrían charlado sobre el jardín de infancia. Pero ahora, no tenía ganas.

Tras un momento, se dirigió a las escaleras. No era la primera vez que se quedaba en la mansión, así que sabía dónde estaba su habitación.

Cecilia, aunque jugaba a las cartas, no le quitaba ojo de encima. Cuando vio que su madre se quedaba paralizada junto a la mesa, pensó que se estaba preparando mentalmente para disculparse. Y cuando su madre levantó el pie, incluso se imaginó que la abrazaría. Hacía mucho que no abrazaba a su madre. Incluso pensó en dormir con ella esa noche.

Pero Belén, en lugar de acercarse a ella, subió las escaleras.

Al verla, Cecilia, enfadada, tiró las cartas al suelo.

—¡Mamá tonta, mamá mala! ¡No te hablaré nunca más!

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