El desayuno se convirtió en su primer escenario.
Thaís mantuvo su cuerpo ligeramente encorvado, su mirada baja, como si la luz del día la intimidara.
Liam se sentó a su lado, cortando una manzana en trozos pequeños con una paciencia paternalista.
—Tienes que comer, mi vida. Necesitas recuperar fuerzas.
Le acercó un trozo a los labios con el tenedor.
Ella lo aceptó dócilmente, masticando despacio.
—Gracias —murmuró, su voz apenas audible.
Lo observó por el rabillo del ojo. Estudió la forma en que su ceño se fruncía con falsa preocupación. La manera en que sus ojos la recorrían, evaluándola. No buscaba signos de recuperación, se dio cuenta. Buscaba signos de debilidad.
Quería asegurarse de que seguía siendo una página en blanco. Una muñeca rota que él podía reparar y controlar a su antojo.
Perfecto.
Justo a media mañana, Camelia apareció. Entró sin llamar, como si la habitación del hospital fuera una extensión de su propia casa.
Llevaba un conjunto de ropa deportiva de diseñador que probablemente costaba más que el salario mensual de una enfermera.
—¡Hola, tortolitos! —dijo con una alegría cantarina que a Thaís le revolvió el estómago—. Vine en cuanto pude. ¿Cómo amaneció la paciente más hermosa del mundo?
Se inclinó para darle un beso en la mejilla, su perfume dulce inundando el aire de nuevo.
Thaís se encogió instintivamente. Un pequeño gesto, pero calculado.
Camelia lo notó y su sonrisa vaciló por un instante. Intercambió una mirada rápida con Liam.
—¿Pasa algo, hermanita? ¿Te sientes mal?
—No… es solo que… a veces me asusto —dijo Thaís, mirando a Liam con ojos suplicantes—. No reconozco a la gente. Todo es… confuso.
La actuación fue impecable. Su labio inferior tembló ligeramente.
Liam la rodeó con un brazo protector, lanzándole a Camelia una mirada de advertencia.
—Te lo dije, Camelia. Tenemos que ir despacio. El médico fue muy claro. Demasiados estímulos pueden ser perjudiciales.
—Oh, claro, claro. Lo siento, Thaís. Es que estoy tan feliz de verte despierta.
Camelia se sentó en el sillón, cruzando sus largas piernas. Su mirada, sin embargo, no era de felicidad. Era una mirada calculadora, llena de impaciencia. Estaba evaluando a su rival, y lo que veía parecía complacerla. Una mujer rota, asustada y dependiente.
—De hecho, Liam, vine porque tenemos que hablar de la nueva colección —dijo, cambiando el tono a uno más serio y profesional—. Los inversores están preguntando. Necesitamos presentar algo pronto.



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