Esa noche, Thaís fingió tomarse los sedantes que la enfermera le ofreció.
Escondió las pastillas bajo la lengua y las escupió en un pañuelo en cuanto la mujer salió de la habitación.
Necesitaba tener la mente despejada.
Liam se quedó hasta tarde, leyéndole un libro con su voz profunda y monótona. Era una tortura tenerlo cerca, sentir su presencia, oler su colonia.
Cada célula de su cuerpo gritaba para alejarse de él, para clavarle las uñas en su rostro sonriente.
Pero se obligó a permanecer quieta, a respirar acompasadamente, a ser la dócil paciente que él esperaba.
Cerca de la medianoche, el teléfono de Liam vibró.
Él miró la pantalla. El nombre de Camelia brilló por un instante.
Miró a Thaís. Creyendo que dormía profundamente por los sedantes, se levantó en silencio.
Le dio un beso en la frente. Un beso frío, de trámite.
Y salió al pasillo, dejando la puerta entreabierta para poder vigilarla.
Thaís abrió los ojos en la penumbra.
Se concentró, agudizando el oído.
La voz de Liam era un murmullo bajo y furioso. Estaba intentando no gritar.
—… no seas impaciente, Camelia. Te he dicho que todo va según el plan.
Hubo una pausa. Podía imaginar la voz quejumbrosa y exigente de Camelia al otro lado de la línea.
—No, no sospecha nada. Está completamente perdida. Es una niña asustada. A veces hasta me da lástima.
Una risa fría y sin humor escapó de sus labios.
—¿El poder notarial? El abogado lo está redactando. Necesito que esté perfecto, sin fisuras legales. En cuanto lo firme, tendremos el control absoluto del consejo de administración.
Silencio de nuevo. Thaís contuvo la respiración.
—Sí, sé que los inversores están nerviosos. Por eso tienes que presentarles la nueva colección cuanto antes. Tienes que deslumbrarlos. Demostrar que la marca es más fuerte que nunca… sin ella.


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