Micaela acomodaba unos papeles, impecable en su blusa de seda blanca. Su cabello oscuro recogido en la nuca y su piel tan clara como la leche la hacían destacar en la sala de juntas, especialmente bajo la luz suave de la tarde.
Ramiro entró empujando la puerta y por un instante se quedó absorto. Cuando Micaela levantó la mirada hacia él, se ajustó los lentes con un gesto rápido.
—¿Ya terminaste?
—¡Sí! Ya quedó todo listo —respondió Micaela, poniéndose de pie.
—¿Quieres comer en la cafetería o prefieres salir?
—La cafetería está bien —sonrió ella.
Ramiro había pensado invitarla a algún lugar especial, pero conocía a Micaela, no era de las que buscan lujos, sino que prefería lo práctico.
Por la tarde, Joaquín les entregó una invitación para una cena de gala y luego se volvió hacia Micaela.
—Mica, ve a casa y ponte un vestido elegante, ¿sí?
—No voy a disfrutar la cena, vamos a trabajar —respondió Micaela con una sonrisa.
Joaquín se resignó, mientras Ramiro, desde un lado, soltó:
—Así como vienes también te ves muy bien, Mica.
—Bueno, entonces nos vemos a las seis en el salón principal —dijo Joaquín antes de marcharse.
A las cuatro y media, Micaela llegó puntual a la escuela para recoger a su hija, pero notó que el carro de Gaspar ya estaba estacionado en el lote de enfrente.
No pasó mucho tiempo antes de ver a Gaspar salir con Pilar tomada de la mano. Micaela fue a su encuentro.
—Pilar.
—¡Mamá! —exclamó la niña, corriendo feliz hacia ella—. Mamá, papá dice que me va a llevar a casa de la abuelita, ¿vienes conmigo?
Micaela se agachó a su altura.
—¿Quieres que vayamos en el carro de mamá?
—¡Mejor vamos en el carro de papá! —dijo Pilar, tomándola de la mano. Quería que su mamá se sentara atrás con ella y que su papá manejara.
A Micaela también le hacía ilusión acompañar a su hija a la mansión Ruiz, así que dejó su carro en la escuela y subió al de Gaspar.
Durante el trayecto, Gaspar solo cruzó algunas palabras con su hija y no dijo nada a Micaela.
Al entrar al gran salón, Micaela notó algo incómoda que su atuendo era casi idéntico al de las meseras: blusa blanca y pantalón negro.
—Voy a buscar a un amigo, ustedes diviértanse —anunció Joaquín justo antes de contestar una llamada y alejarse.
Micaela se volvió hacia Ramiro.
—Tengo hambre, ¿vamos a la parte del buffet a picar algo?
—Vamos —aceptó Ramiro enseguida.
Cerca de las siete, los dos regresaron del área de comida hacia el salón principal, cuando el celular de Ramiro sonó. Echó un vistazo a la pantalla.
—Es mi maestro, voy a contestar afuera, en el balcón.
—Está bien —asintió Micaela.
Desde que nació su hija, Micaela había volcado todo su tiempo en Pilar. No tenía amigas, ni vida social. Así que, aunque llevaba el apellido Ruiz, en los círculos de la alta sociedad era prácticamente invisible.
En ese momento, cerca de la entrada al salón, un pequeño revuelo llamó la atención de todos. Micaela se giró y vio a Gaspar entrar, acompañado de Samanta, tan radiantes como si estuvieran en su propio desfile.

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