El gesto de Samanta cambió de golpe.
Esa noche, Samanta llevaba un vestido largo color morado, de esos exclusivos y carísimos, que resaltaba aún más su figura alta y elegante. Apenas puso un pie en el salón, todos los ojos se clavaron en ella, deslumbrados por su presencia.
A su lado, el hombre que la acompañaba no se quedaba atrás. Tenía un porte tan imponente y seguro, que a su alrededor los demás parecían perder brillo, como si la luz solo quisiera quedarse con él.
En cuanto aparecieron, captaron de inmediato la atención de todos en la fiesta.
Samanta se movía entre la gente con esa seguridad que parecía natural en ella, disfrutando cada mirada que la seguía. Aunque se mostraba serena y confiada, de vez en cuando se giraba hacia Gaspar y le susurraba algo con una sonrisa tímida, bajando la mirada de forma coqueta.
No pasó mucho para que a su alrededor se juntaran varios invitados de alto perfil, todos buscando la oportunidad de saludar a la pareja más llamativa de la noche.
Entre la multitud, Verónica, animada, tomó a Lara del brazo.
—Lara, tu hermana tiene una presencia increíble, ¡parece una diosa!
Lara no pudo evitar asentir. Tenía que admitir que, al menos en cuanto a elegancia, Samanta la superaba por mucho.
—Y el señor Gaspar también está guapísimo esta noche. Los dos juntos hacen una pareja perfecta —agregó Verónica, claramente impresionada.
En ese momento, Santiago se acercó y comentó:
—Me encontré a Joaquín. Dijo que Ramiro y Micaela también vinieron esta noche.
Los ojos de Lara se iluminaron.
—¿De verdad vino Ramiro?
—Sí, ellos también están aquí para ver a la señora Natalia.
Lara, que esa noche se había esmerado en arreglarse, no podía ocultar su emoción. En el fondo, quería que Ramiro la viera así, tan distinta y arreglada.
...
En otro rincón del salón, Micaela iba camino a la barra, buscando algo de agua para refrescarse. Al pasar junto a una señora de figura robusta, elegantemente vestida, la mujer le lanzó una mirada de arriba abajo.
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