—¿Entonces no hay ninguna otra manera? —preguntó Samanta, negándose a aceptar la realidad.
—A menos que logres demostrar que el señor Gaspar cometió fraude. Pero claro, eso está muy difícil.
Samanta se llevó la mano a la frente, apartando un mechón de su cabello. El plan de Gaspar era letal, ¿acaso pensaba tenerla atada a él para siempre?
¿O era una forma de vengarse por lo que ella había hecho en el pasado? ¿Todavía le guardaba rencor por haber destruido su relación con Micaela?
En sus ojos se encendió una chispa de resentimiento. Al final, todo lo que se había atrevido a hacerle a Gaspar durante estos años tenía un precio. Había actuado como si nada le importara, saltándose los límites una y otra vez, y ahora la vida le pasaba factura.
Aunque Gaspar ya había encontrado otra forma de salvar a su madre, no estaba dispuesto a dejarla en paz.
Samanta reconocía que había cometido demasiados errores, que había sido impulsiva, terca, y siempre probaba los límites de él.
Recordó con claridad aquellas ocasiones en las que se lucía frente a Micaela, presumiendo de su cercanía con Gaspar, coqueteando a propósito, o la vez que, durante la cena familiar de Nochebuena, se cortó la muñeca para obligar a Gaspar a quedarse a su lado.
Ahora, mirando hacia atrás, entendía que cada vez que Gaspar cedía ante sus caprichos, anotaba en su mente la cuenta que después ella tendría que pagar.
Qué ironía más triste.
Cuando el abogado se marchó, Samanta tomó su bolsa y salió. Llamó a Noelia para que la acompañara al centro comercial.
Cada vez que se sentía ansiosa, iba a mirar joyas o marcas de lujo. Lionel siempre había sido su patrocinador número uno, aunque no le faltaban otros pretendientes. Sin embargo, en aquel entonces, por Gaspar, rechazó a todos los que se le insinuaban. Viéndolo ahora, no podía evitar sentirse una tonta.
Entró en una joyería. Las piezas de la vitrina principal ni siquiera le llamaron la atención. Una de las asistentes la guio directo al área VIP. Apenas cruzó la puerta, lo vio sentado en un sillón: Lionel.
Él estaba escogiendo un anillo de compromiso. Antes de que la notara, Samanta se escondió tras un biombo bordado. A través de las pequeñas rendijas, lo observó analizando con atención un anillo con un diamante del tamaño de una uva, y en su rostro se dibujaba una sonrisa tierna.
—Me llevo este —dijo Lionel.
—Señor Lionel, se nota que le pone mucho esmero a su compromiso —comentó la vendedora.
Lionel soltó una pequeña carcajada.
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