—Está bien, si tienes buenas noticias avísame —respondió Micaela, quien también esperaba que Viviana pudiera criar a la niña cerca de Jacobo.
—Claro, cuando tengas tiempo, salgamos a cenar. Tú sigue con tus cosas —Jacobo, por iniciativa propia, decidió no molestarla más.
—De acuerdo —contestó Micaela con un mensaje corto.
...
A la hora de la comida, Ángel invitó a Micaela a un restaurante. Dijo que tenía antojo de comida mexicana.
Apenas se sentaron, una figura muy familiar apareció en la entrada del local. Gaspar, con paso seguro, se acercó y, sin preguntar, jaló la silla junto a Micaela y se sentó.
—¿No les molesta si me uno? —preguntó, como si fuera lo más natural del mundo.
Ángel sonrió mirando a Micaela.
—Micaela, justo quería invitar al señor Gaspar. Así aprovechamos para platicar sobre la propuesta de la mañana.
Micaela asintió, dejando claro que no tenía inconveniente.
Gaspar fijó su mirada en Micaela.
—Me contaron que tu investigación farmacéutica va avanzando, ¿es cierto?
—Todavía estamos en la etapa de pruebas —explicó ella.
Intercambiaron algunas palabras y pronto llegaron los platillos. Ángel apenas acababa de sacar un tema de conversación cuando Micaela, a punto de responder, terminó tosiendo por el picante de la comida. Se llevó la mano al pecho y tosió bajito, buscando a tientas su vaso de agua y bebiendo a sorbos apurados.
De repente, una mano grande se posó en su espalda, ayudándola a recobrar el aliento. Luego de un par de palmadas, Micaela, sin siquiera mirar, apartó esa mano con la suya.
Ángel la miró con preocupación desde el otro lado de la mesa.
—¿Estás bien, Micaela?
Ella levantó la cabeza y le regaló una sonrisa algo apenada.
—No te preocupes, solo me picó un poco. —Dicho esto, fue a tomar de nuevo el vaso, pero su mano se quedó a medio camino.
Había tres vasos en la mesa: uno frente a Ángel, otro a su izquierda y el de la derecha, medio vacío, que era de Gaspar.
Gaspar la miraba de forma intensa, con una mueca divertida en los labios, como si le costara disimular una sonrisa.
Micaela retiró la mano y, sin decir nada, tomó el vaso de su izquierda, llevándolo rápido a la boca para beber un par de tragos más.
Luego, alzando la vista hacia Gaspar, dijo:
—Perdón, le pido al mesero que te cambie el vaso.
Micaela había llegado en el carro de Ángel.
—No te preocupes, yo… —iba a decir que pediría un taxi.
—Vamos para el mismo rumbo, justo voy para el laboratorio —intervino Gaspar con voz grave.
Micaela recordó los peligros que la rodeaban últimamente y, tras pensarlo un segundo, asintió, sin insistir más.
...
Ya en el carro, Micaela miraba por la ventana el paisaje que pasaba volando, cuando de pronto sonó su celular. Vio la pantalla: era Anselmo.
Sin dudar, contestó.
—¿Bueno? ¿Ya llegaste?
—Apenas bajé del avión, ¿tienes tiempo esta noche? Quiero invitarte a cenar, a ti y a Pilar —la voz de Anselmo, clara y cautivadora, se escuchó a la perfección en el interior silencioso del carro.
Gaspar, desde el asiento del conductor, alcanzó a escuchar cada palabra.
Micaela dudó un poco, sin saber si aceptar o no, cuando de pronto una voz masculina y seria sonó a su lado.
—Yo me encargo de Pilar, tú ve a tu cita.

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