La mirada de Gaspar permaneció fija en Micaela.
—No malinterpretes lo de hace un momento —dijo con voz suave.
Jimena, entendiendo la situación, retrocedió un paso con discreción.
—Micaela, voy a ver cómo está mi mamá. Ustedes platiquen.
En la terraza solo quedaron ellos dos. La brisa nocturna soplaba suavemente, pero entre Micaela y él no había nada de qué hablar.
Se dio la vuelta con la intención de irse, cuando una voz grave a sus espaldas suplicó:
—Micaela, ¿podríamos…?
—Director Gaspar —Micaela se giró, y su mirada clara se encontró con la de él sin vacilar—. Hay ciertos límites que es mejor no cruzar.
Ese título hizo que a Gaspar se le oprimiera el pecho. De repente, un dolor agudo se extendió desde su corazón. Se apoyó instintivamente en la barandilla, cerró con fuerza los ojos detrás de los lentes dorados y frunció el ceño a causa del dolor.
Micaela ya se había dado la vuelta para irse, pero al escuchar el ruido detrás de ella, se detuvo.
—¿Qué te pasa? —no pudo evitar preguntar.
Gaspar se llevó una mano al pecho y forzó una sonrisa.
—No es nada, solo…
Bajo la luz, un sudor frío y fino perlaba su frente. Era evidente que tenía algún problema en el corazón.
—¿Quieres que llame a un médico? —Micaela dio un paso hacia él.
Gaspar negó con la cabeza, mirándola profundamente.
—¿Estás preocupada por mí?
—Claro que sí. Eres el donante de Pilar, no te puede pasar nada —le respondió Micaela de mal humor.


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