Néstor se quedó mudo mirando a su hija mayor, y Lara, a su lado, también parecía desconcertada.
—Se los digo de una vez: yo no hice nada malo. Todo lo que he conseguido ha sido por mis propios méritos. Si ustedes no tuvieron la capacidad de mantener la empresa, no intenten culparme a mí de todo. ¡Yo también perdí el trece por ciento de mis acciones!
De repente, Lara sintió que Samanta era ridícula.
—Entonces, ¿por qué montaste todo ese teatro en nuestra casa, fingiendo que tú y el señor Ruiz estaban muy enamorados? ¿Por qué nos hiciste creer a todos que te trataba como a una reina? ¿Por qué nos hiciste pensar que podías llegar a ser la señora Ruiz?
Había que admitirlo: las preguntas de Lara habían dado justo en el punto más hipócrita y vergonzoso de Samanta.
Samanta giró la cabeza bruscamente y la miró fijamente. Después de unos segundos, soltó una risa fría.
—¿Por qué? Porque me gusta. Porque me dio la gana. ¿A ti qué te importa?
—¡Ah! Así que todo lo que tenías con el señor Ruiz era una farsa que tú misma inventaste. Y lo hiciste tan bien que todos nos lo creímos, hasta Micaela se divorció de él para dejarte el camino libre. ¡Qué descaro el tuyo! —continuó Lara, burlándose.
Los ojos de Samanta brillaron con una locura desesperada.
—Sí, todo fue una actuación. Gaspar me daba dinero y recursos a cambio de mi sangre para salvar a su madre, ¿contentos? De todas formas, nuestro trato está a punto de terminar, así que digan lo que quieran.
La verdad dejó a Néstor boquiabierto. Finalmente entendió por qué Gaspar quería acabar con la familia Báez: porque su hija mayor era una mujer vanidosa y codiciosa.
—¿Eso fue lo que te enseñó tu madre? —De repente, Néstor recordó cómo era la madre de ella y sintió una mezcla de lástima y odio. Se rio de sí mismo—. De tal palo, tal astilla.
—Samanta, puedes inventarte los cuentos que quieras, pero ¿por qué tuviste que engañarnos a todos? ¿Sabes que es Gaspar quien está detrás de la ruina de la empresa de papá? —la acusó Lara, furiosa. Al recordar que ese mismo día había llamado «cuñado» a Gaspar, se dio cuenta de que había quedado como una completa payasa frente a él, y su cara se enrojeció de vergüenza.


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