Micaela acababa de bajar del avión cuando su celular vibró. Se detuvo para revisar el mensaje. Al ver la foto de Pepa, soltó un suspiro de alivio. En la imagen, Pepa estaba sucia, con la cabeza apoyada en el regazo de Gaspar y los ojos húmedos, todavía con una expresión de pánico.
La escena dejó a Micaela perpleja por unos segundos.
Por lo que recordaba, Gaspar era un maniático de la limpieza. Incluso cuando ella había comprado a Pepa por su cuenta, aunque él la había aceptado abiertamente, ella sabía que en el fondo se resistía a tener una mascota en casa.
[Gracias, te lo agradezco mucho], respondió Micaela de inmediato, y luego se dirigió con Jeremías hacia el carro que los esperaba.
Gaspar leyó el mensaje. Esas pocas palabras parecían llevar un matiz de elogio.
Bajó la vista hacia Pepa, que se había calmado en su regazo. El esfuerzo había valido la pena.
***
Al llegar a la clínica veterinaria, Pepa empezó a temblar de nuevo al ver a los médicos. Gaspar la cargó personalmente y se quedó con ella durante el baño, la curación de las heridas y la vacunación.
Las empleadas de la clínica quedaron fascinadas. Nunca habían visto a un hombre tan guapo, cariñoso y paciente con su mascota.
Además, tenía un aire distinguido y frío, y no le importaba en lo más mínimo que su caro traje estuviera cubierto de pelos de perro.
Y su voz, grave y magnética, mientras consolaba al beagle, hacía que los corazones de las empleadas se aceleraran. Pensaban que ser su novia y que él las consolara con esa ternura y paciencia debía ser una felicidad abrumadora.
Una hora después, Pepa estaba limpia y sus heridas, vendadas. Llevaba un collar isabelino que le daba un aspecto algo cómico.
Para evitar que se lamiera las heridas, tendría que llevarlo durante unos días. Gaspar la subió al carro y le tomó otra foto, ya limpia y con el collar, para enviársela a Micaela.
[Ya le curaron las heridas. La llevo a casa.]
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