Poco después, la voz de Enzo sonó con una cortesía profesional.
—Señorita Samanta, por favor, suba.
Samanta se giró y miró con desdén a la recepcionista.
—¿No quieres ir a confirmar mi identidad de nuevo?
La recepcionista se volteó y vio a su compañera hacerle un gesto. Inmediatamente, esbozó una sonrisa y guio a Samanta.
—Señorita Samanta, una disculpa. Por aquí, por favor.
Samanta se volvió a poner las gafas de sol, levantó ligeramente la barbilla y caminó con arrogancia hacia el elevador privado de Gaspar.
La sensación era como si estuviera tan familiarizada con el lugar que se sintiera como en casa.
La recepcionista a su lado no pudo evitar pensar que, apenas la semana pasada, Enzo había enviado un correo específico prohibiendo que Samanta subiera a la oficina del presidente. ¿Acaso el señor Gaspar se había reconciliado con ella?
¿Sería ella la futura esposa del jefe? Al pensar en esto, la recepcionista miró de reojo a Samanta. Con su apariencia impecable, ciertamente era el tipo de mujer que atraía a los hombres: seductora, elegante y con un aire de autoridad.
Últimamente, en la empresa circulaban varios rumores. Se decía que las anteriores asistentes de la oficina del presidente habían sido despedidas por sospechas de intentar seducir al señor Gaspar. Ahora, el primer, segundo y tercer asistente del señor Gaspar eran todos hombres.
El elevador se abrió y la recepcionista hizo un gesto de invitación.
—Señorita Samanta, por favor.
Samanta caminó con paso seguro hacia la oficina del presidente. A mitad de camino, Enzo salió a recibirla.
—Señorita Samanta, el señor Gaspar la espera en la sala de juntas.
Samanta frunció el ceño. ¿Qué significaba esto? Enzo ya debería haberle dicho el motivo de su visita.
—Enzo, disculpa, ¿le comunicaste mi petición a tu jefe? —preguntó Samanta, arqueando una ceja.

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