¿Y ahora qué?
Verónica tenía un trabajo estable y cada vez era más valorada por Micaela, mientras que ella se había convertido en la hija de un asesino.
Quizá la vida de Verónica no sería de lujos extravagantes, pero sería estable, sólida, y mejoraría paso a paso.
En cambio, ella tendría que cargar con la infamia y las cadenas que su padre le había dejado, con un futuro completamente gris.
—Estoy bien —respondió Lara, casi por instinto, enderezando la espalda con un tono frío.
Verónica sonrió levemente.
—Qué bueno que estás bien.
Después de decir eso, Verónica pidió dos cafés. En ese momento, se acercaron algunos empleados y saludaron amistosamente a Verónica, quien parecía ser muy popular entre sus colegas.
Lara se mordió el labio con fuerza. Antes, la habían etiquetado como la diosa inalcanzable, pero ahora, ¿quién se fijaba en ella?
—Esa es Lara, ¿no? ¡El expresidente del Grupo Báez de las noticias de hoy es su papá!
—Sí, es ella.
—Quién diría que su papá era capaz de hacer algo así.
El rostro de Lara palideció. Sintió que todas las miradas estaban clavadas en ella. De repente, se dio la vuelta y se fue, dejando el jugo sobre la mesa.
***
A las seis de la tarde, Micaela acababa de llegar a casa cuando recibió una llamada de su hija. Ella y Gaspar la esperaban en el estacionamiento subterráneo. Habiendo terminado todas sus tareas de transición, se sentía ligera. Era finales de junio, así que se había puesto ropa fresca: una playera y una falda corta de mezclilla, con el cabello largo recogido en un chongo alto. Unos mechones sueltos enmarcaban su rostro, haciéndola parecer varios años más joven.

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