El fin de semana, Micaela se quedó en casa. Gaspar fue a la mansión Ruiz a ver a su hija, así que Micaela prefirió no ir.
Llegó el lunes.
Después de dejar a su hija en la escuela, Micaela fue directo al campus de la universidad de medicina, donde se realizaba el examen. Aunque su especialidad era medicina interna, en esta ocasión debía presentar pruebas de ocho materias centrales.
En solo tres días terminó todos los exámenes.
Al salir del último examen, Ramiro la acompañó a comer al comedor universitario. Él pensaba que Micaela iba a estar hecha un manojo de nervios por la presión, pero al verla comer y platicar tan relajada, sin una pizca de estrés, se quedó de una pieza.
—¿De verdad no te sientes agotada después de tres días seguidos de exámenes? —le preguntó Ramiro con una sonrisa.
Micaela se masajeó el cuello y respondió:
—Cansada, lo que se dice cansada, no estoy. Solo me duelen un poco el cuello y la mano de tanto escribir. —Luego miró a Ramiro y añadió—: Necesito usar el laboratorio unos días, tengo que terminar una investigación innovadora.
—¿Eso también cuenta como parte de tu evaluación? —preguntó Ramiro, alzando una ceja.
—Es el tema de mi tesis. Quiero acabarlo cuanto antes —contestó Micaela con una sonrisa tranquila.
Ramiro se quedó pensativo unos segundos, luego soltó una carcajada.
—Va, quiero ver con qué me sales ahora. Siempre terminas sorprendiéndome.
Micaela negó con la cabeza. Si no fuera porque quería entrar pronto al equipo de Zaira, jamás se habría puesto a lucir tanto sus logros académicos.
Pero en este momento, no podía seguir ocultando sus capacidades. Tenía que brillar más que nadie.
Ese mismo semana, Pilar comenzaba las vacaciones de verano. Micaela se prometió que, en cuanto terminara su investigación, iba a dedicarse de lleno a su hija.
El abogado Carlos, con quien tenía una cita pendiente, le avisó que por un contratiempo debía posponer su regreso al país. A Micaela no le molestó esperar un poco más.
...
En el baño del laboratorio.
Micaela acababa de entrar a uno de los cubículos cuando escuchó pasos y voces. Eran dos asistentes del laboratorio.
—Dicen que Micaela ya terminó los exámenes, ¿pero por qué no han publicado sus calificaciones? Capaz que la universidad ni se atreve a hacerlas públicas —dijo una voz sarcástica.
—Eso mismo pensé. Además, ahora se adueñó de otro laboratorio. ¿Quién sabe qué se trae entre manos?
—Pues así cualquiera, teniendo un papá tan bien conectado. Aquí en la universidad, nadie se atreve a negarle nada.
—Aparte, todos saben que el medicamento especial que ganó premios se lo robó al papá. Y todavía se atreve a aceptar premios, qué descaro.
—Pues sí, al final, familia es familia. Nadie la va a denunciar.
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