Aunque ya habían firmado el acuerdo de divorcio, por cuestiones de la división de bienes, todavía no podían obtener el acta de divorcio.
Carlos le había dicho que, como mínimo, tardarían unos seis meses en resolver todo ese asunto.
Por eso, Micaela solo podía vivir separada de Gaspar por ahora.
Media hora después, Micaela vio el carro imponente de Gaspar estacionado frente a la puerta de su casa.
Ese era el lugar donde ella solía estacionar su carro, así que no le quedó otra que irse al estacionamiento de un hotel cercano, dejar ahí el carro y regresar caminando a casa.
Apenas abrió la puerta, escuchó la risa feliz de su hija y el sonido de Pepa brincando de un lado a otro.
Micaela entró a la sala; Gaspar estaba sentado en el sofá, mientras su hija, sentada en el piso, abría una caja de juguetes nueva.
—Señora, ya regresó. El señor se va a quedar a cenar hoy. Yo voy al mercado por unas cosas —dijo Sofía, que salió de la cocina.
Micaela la detuvo con la voz tranquila:
—No hace falta, Sofía. Prepara lo que tengamos en casa.
No veía la necesidad de atenderlo con tanta formalidad.
Además, ella nunca lo invitó; Gaspar había llegado por su cuenta.
La verdad, Micaela no se sentía contenta con su visita.
—Sofía, hoy quiero comer pierna de pollo —gritó Pilar mientras corría hacia la cocina.
Sofía soltó una carcajada y respondió:
—Justo ya no tenemos pierna de pollo, Pilar. Salgo a comprarte unas.
Con esa excusa, Sofía desapareció por la puerta.
Micaela sabía perfectamente lo que Sofía estaba haciendo: quería dejarles un rato a solas, a ella y a Gaspar.
—Mamá, mira el juguete nuevo que me trajo papá. Me encanta —presumió Pilar, mostrándole su regalo.
Micaela sonrió y asintió:
—Qué bueno, mi amor. Juega un rato, yo voy arriba a lavarme la cara.
Ese día llevaba un poco de maquillaje, lo cual no le gustaba. Además, no tenía ganas de platicar con Gaspar, así que subió al segundo piso.
Después de lavarse la cara, salió al pasillo y vio a Gaspar agachado en el piso, jugando con Pepa. La perrita le movía la cola y se pegaba a él como si fueran viejos amigos.
Pensar así le aliviaba un poco el peso en el pecho.
—Está bien —respondió Gaspar, sin protestar. Después de ver lo capaz que era Micaela, prefería dejarle el caso a ella.
—Hoy no me quedo a cenar, tengo cosas que hacer —anunció Gaspar, bajando las escaleras para irse al vestíbulo.
—Papá, ¿a dónde vas? ¿Por qué no te quedas con mamá y conmigo? —le preguntó Pilar, agarrándolo de la camisa justo cuando él iba a salir. Sus ojos reflejaban una inocencia que a Micaela le partió el alma.
Micaela sintió un nudo en el estómago. Nunca había tenido el valor de contarle a su hija lo del divorcio.
—Papá tiene que trabajar, pero en unos días vengo a verlas —dijo Gaspar, despeinando con cariño a Pilar y dándole un beso.
—Bueno, está bien —aceptó Pilar, porque sabía que su papá tenía que trabajar para comprarle regalos.
En cuanto Gaspar se fue, Sofía volvió cargada de bolsas del mercado.
—¿El señor ya se fue? —preguntó, entrando a la cocina.
Aprovechando que Pilar había subido a su cuarto y no podía escucharla, Micaela se acercó a Sofía y le confesó en voz baja:
—Sofía, estamos en proceso de divorcio. De ahora en adelante, aquí solo estaremos Pilar y yo.

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