Micaela sintió cómo se le humedecían los ojos, y mientras escuchaba la voz entrecortada de la abuela, se disculpó con suavidad:
—Abuelita, perdón… Es cierto, ya estamos tramitando el divorcio.
—Mica, si te están haciendo pasar un mal rato, dímelo, yo me encargo de ponerlo en su lugar. No te divorcies, hija —insistió Florencia, conmovida.
—Abuelita, ya no insista, por favor. Las cosas llegaron muy lejos. Cuídese mucho, ¿sí? Yo voy a ir a verla seguido, se lo prometo —la tranquilizó Micaela.
—Tú tranquila. Así se divorcien, no voy a permitir que Gaspar te deje desprotegida —aseguró Florencia, con ese tono protector que siempre la caracterizaba.
—Abuelita, de verdad no se preocupe por nosotros, son cosas de los jóvenes —le insistió Micaela.
Mientras tanto, Carlos seguía revisando el tema de la repartición de bienes. Aunque ambos ya habían firmado el acuerdo de divorcio, todavía no estaba claro cuánto tiempo iba a tomar resolver lo de los bienes.
Al colgar la llamada con la abuela, Micaela recordó la tarjeta bancaria que la señora le había dado la última vez. Pensó que tenía que buscar la manera de devolverla pronto.
...
El fin de semana, Emilia invitó a todos a comer. Micaela llegó al restaurante con su hija.
Eligieron una mesa junto a la ventana y empezaron a pedir. Apenas se acomodaron, otras dos personas entraron al lugar.
Eran Samanta y Lara.
A pesar de no ser hermanas de la misma madre, sus rasgos similares llamaban la atención. Apenas cruzaron la puerta, varios hombres se giraron para mirarlas.
—Señorita Samanta —fue Pilar quien primero notó su presencia.
Samanta, aunque traía atravesada a Pilar, se esforzó por mantener su cara amable al estar en público.
—¡Pilar! Cuánto tiempo sin verte, cada vez te ves más linda —la saludó Samanta, acercándose con una sonrisa.
Lara apenas le lanzó una mirada rápida a Micaela antes de sumergirse en su celular, sin ganas de socializar.
Micaela miró a Samanta, su expresión cargada de molestia. Samanta, fingiendo cordialidad, le dijo a su acompañante:
—Lara, vamos a sentarnos allá —señalando otra mesa.
Emilia chasqueó la lengua.
—¿Pues qué, no hay otro restaurante en la ciudad? Siempre nos las topamos —se quejó en voz baja.
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