Micaela también estaba atenta a esa reunión: se trataba de un encuentro entre varios institutos de investigación del país. Asintió con la cabeza y dijo:
—Está bien, voy a organizar a mi hija y participamos juntas.
...
El Grupo Ruiz.
Néstor Báez, después de enterarse de que cambiarían de proveedor y que cancelarían su colaboración, ya no sabía qué hacer. Estaba desesperado por ver a Gaspar y quería renegociar ese proyecto a como diera lugar.
En ese momento, la figura de Enzo apareció desde el área de los elevadores. Al ver a Néstor esperando en la zona de descanso, se acercó con cortesía y le dijo:
—Señor Néstor, el señor Gaspar no tiene tiempo para recibirlo ahora. Será mejor que venga otro día.
El corazón de Néstor dio un vuelco. ¿Gaspar realmente pensaba dejarlo en la calle?
—No le voy a quitar mucho tiempo, de verdad. Solo necesito diez minutos, diez minutos nada más —suplicó Néstor, convencido de que, si lograba verlo, podría convencerlo de ayudarle a superar esa crisis.
Enzo mantenía una sonrisa, pero su tono seguía siendo inflexible.
—Señor Néstor, el señor Gaspar está ocupado de verdad. Por favor, retírese.
Enzo se marchó y Néstor salió del edificio del Grupo Ruiz, cabizbajo. Subió a su carro y, mientras encendía un cigarro, marcó el número de su hija mayor, Samanta.
—¿Bueno? ¡Papá!
—Samanta, ayúdame, hija. Estoy en un problema serio y Gaspar ni siquiera quiere recibirme.
—¿Qué? ¿Fuiste a buscar a Gaspar?
—¿Y qué tiene? ¿Acaso no puedo buscarlo? —reviró Néstor, molesto. Para él, Gaspar era su futuro yerno, así que no veía el problema en buscarlo.
—Papá, no es eso. Solo que, si la próxima vez quieres verlo, avísame primero, ¿sí? —intentó calmarlo Samanta.
—Está bien, pero ahora márcale tú. Hoy tengo que verlo sí o sí —presionó Néstor.
—Papá, tranquilízate un poco. Primero déjame llamarle para ver si tiene tiempo.
—Bueno, es que el problema que tengo, solo él puede solucionarlo.
—Enzo, tengo un asunto urgente con él. ¿Podrías avisarle que estoy aquí?
Enzo, sabiendo bien el peso que tenía Samanta para Gaspar, tocó la puerta, entró y, al cabo de un minuto, salió para decirle:
—El señor Gaspar la espera adentro, señorita Samanta.
Samanta esbozó una sonrisa y se encaminó al despacho.
Dentro, Gaspar estaba de pie junto a las ventanas de piso a techo, con una mano en el bolsillo.
—Gaspar, lo de mi papá... ¿puedes ayudarlo? —Samanta fue directa, sin rodeos.
—Le asignaré otro proyecto. Dile que se retire del laboratorio experimental y que no le haga la vida imposible a Joaquín.
Samanta sabía que, esta vez, su papá se había equivocado. Aun así, que Gaspar lo ayudara de esa manera era el mejor trato posible para él.
—Gracias, Gaspar —dijo Samanta, mirando con adoración su silueta erguida y elegante.
Dejó su bolso a un lado y, paso a paso, se acercó a él.

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