La mirada de Gaspar se volvió cortante.
—Lo que haya entre Micaela y yo, no le incumbe a nadie más.
Ramiro, al ver al verdadero responsable de que Micaela se desmayara, solo apretó los labios y se marchó sin decir nada más.
Gaspar, en silencio, presionó la manija de la puerta y se acercó despacio a la cama de Micaela. Se quedó de pie, observando a la mujer dormida: su piel pálida, sus pestañas largas proyectando una sombra delicada sobre sus párpados.
De repente, Micaela abrió los ojos sobresaltada y se incorporó de golpe en la cama.
—¡Pilar! —gritó con ansiedad.
Al ver a Gaspar parado junto a su cama, una expresión de desconcierto cruzó por su mirada.
—Llevé a Pilar a casa de mi mamá. Descansa, ¿sí? —le dijo Gaspar con voz tranquila.
Micaela sintió que se le quitaba un peso de encima. Se acomodó el cabello detrás de la oreja, cansada. Últimamente, su vida giraba en torno al cuidado de su hija, y la falta de sueño la tenía al límite, por eso se desmayó sin previo aviso.
Apoyada en la cabecera, cerró los ojos. Todavía sentía la cabeza un poco pesada.
En ese momento, Ramiro entró. Al verla despierta, se acercó con preocupación.
—¿Te duele algo más? ¿Te sientes mal?
Micaela negó despacio con la cabeza. Conocía bien su cuerpo; lo único que necesitaba era dormir bien.
—¿Prefieres irte a casa o te quedas un rato más bajo observación? —le preguntó Ramiro.
—Quiero irme a mi casa —dijo Micaela, segura.
Gaspar la miró con los ojos entrecerrados.
—Voy a dejar a Pilar en casa de mi mamá por dos días. Así puedes descansar tranquila.
—No hace falta, puedo cuidar de mi hija. Tráela de vuelta, por favor —respondió Micaela, cortante.
—Tú necesitas descansar —insistió Gaspar, frunciendo el ceño.
Micaela alzó la vista, con voz distante.
—No puedo descansar si mi hija no está conmigo.
Pensó en Samanta y en que Damaris seguramente estaría más pendiente de ella ahora que estaba embarazada. Lo más probable era que pronto la mandaran a casa de la familia Ruiz para que cuidara de su embarazo. Micaela no quería que Pilar estuviera cerca de ellos.
—De acuerdo, voy a llevar a Pilar de regreso a tu casa —dijo Gaspar, y salió sin mirar atrás.
Al día siguiente, después de dejar a Pilar en la escuela, Micaela todavía no salía rumbo al laboratorio cuando sonó el teléfono. Era Zaira, su jefa, quien fue tajante: debía quedarse en casa dos días más antes de volver al trabajo. Incluso la amenazó: si no descansaba, cerraría el laboratorio.
Frente a esa presión, Micaela se permitió relajarse y decidió obedecer.
Aprovechó para invitar a Emilia a almorzar y darse un respiro.
Esta vez, Emilia había reservado en un restaurante nuevo, famoso porque el pescado lo traían fresco, recién pescado del mar.
Micaela aceptó encantada probar algo diferente. Emilia había hecho la reservación desde hacía una semana. Cuando llegaron, el diseño del restaurante era de lo más original. Las llevaron a un privado pequeño y cómodo, aislado del bullicio del salón.
Después de pedir, Emilia se fue al baño. Micaela, revisando su celular, escuchó de pronto una carcajada alegre.
Era una mujer, soltando una risa despreocupada.
—Acaban de abrir, ¿cuándo vienes a probar? Sí, la próxima vez te invito —decía.
—Por aquí, por favor —indicó un mesero, guiando a dos personas.
Micaela giró la cabeza, casi por instinto, y entonces los vio entrar: Samanta y Gaspar.
Samanta, vestida con un conjunto que la hacía lucir provocativa y coqueta, caminaba delante. Gaspar, elegante y tranquilo, iba tras ella, cargando una bolsa de mujer, como si fuera el fiel caballero de una princesa.

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