[Ya llegué, gracias por preocuparte.] Micaela respondió.
Jacobo no tardó en contestar.
[Descansa temprano.]
Micaela estaba por dejar el celular cuando una notificación nueva apareció: era Gaspar.
[¿Ya terminó?] preguntó él.
Micaela no tenía ganas de contestar. Se levantó y fue a buscar en su bolsa la insignia de su papá, recordando cómo ese broche había terminado en manos de Gaspar.
A Gaspar siempre le gustó coleccionar insignias de personalidades famosas. Micaela no recordaba cuándo lo mencionó, pero ese año, en el cumpleaños de Gaspar, su papá le regaló una insignia conmemorativa por un logro académico. A Gaspar le encantó y la agregó a su colección.
Durante el divorcio, Micaela se olvidó de reclamar la insignia. De haberlo recordado, le habría exigido que la devolviera.
Ahora él se la regresó como “regalo de cumpleaños”, marcando así, de forma definitiva, el límite entre los dos.
En ese momento, el celular de Micaela empezó a sonar. Era una llamada de Gaspar.
Ella apretó los labios y contestó con frialdad.
—¿Qué pasa?
—¿Está Pilar por ahí? Quiero platicar con ella. —La voz de Gaspar sonó al otro lado.
Micaela apretó el celular, lanzando una mirada involuntaria hacia el baño. Sofía estaba bañando a Pilar, y por la puerta se oían las risas de su hija jugando con el agua.
—Está bañándose. —respondió Micaela, sin emoción—. Si tienes algo que decirle, puedo avisarle yo.
El otro lado guardó silencio unos segundos, hasta que la voz profunda de Gaspar se escuchó.
—Feliz cumpleaños.
Los dedos de Micaela se tensaron un poco. Bajó la mirada, y su voz se volvió aún más cortante.
—Ya recibí el regalo, gracias por devolvérmelo. Si no hay nada más, voy a colgar.
Colgó la llamada, guardó la insignia entre las pertenencias que atesoraba de su papá y se fue a bañar.
...
A la mañana siguiente, Micaela llevó a su hija a la escuela y luego fue directo al laboratorio. Después del último descubrimiento importante, todo el equipo se había volcado a experimentar para demostrar que el avance era real.
Se puso la bata blanca, recogió su cabello largo, y sus ojos se volvieron afilados, llenos de determinación.
Para acelerar el proyecto, Zaira había enviado a dos jóvenes investigadores más como refuerzos.
Cuando Micaela llegó, todos ya estaban en sus puestos, calibrando los aparatos.
—Micaela, ya tenemos el análisis de los datos de anoche. —Vanessa, la asistente, se acercó apresurada y le entregó un informe.
Micaela lo tomó y empezó a pasar las páginas con agilidad. Una sonrisa se asomó en su boca. Los resultados superaban cualquier expectativa; su método de síntesis realmente había logrado un avance real.
—Preparen la cuarta serie de experimentos. —anunció—. Esta vez vamos a ajustar la proporción del catalizador, a ver si logramos un nivel aún más estable.
Todo el laboratorio se activó al instante.
Micaela fue hasta la mesa central y empezó a calibrar personalmente los instrumentos.
...
Detrás del vidrio, Zaira acompañaba a alguien: Gaspar. Él había venido a la universidad para una reunión y aprovechó para pasar al laboratorio.
No era la primera vez que Gaspar veía a Micaela trabajando, pero la mujer que tenía enfrente era distinta. Su presencia imponía respeto; ahora era el alma del equipo de investigación.
—Micaela, ¿puedes ver esta estructura molecular...? —Xavier, el joven investigador, señaló la pantalla, titubeando.
Micaela se inclinó a revisar, un mechón de cabello cayendo sobre su mejilla.
De repente, el laboratorio estalló en vítores.
—¡Noventa y seis punto ocho por ciento! ¡Micaela, lo logramos! —Vanessa agitó la hoja de datos, emocionada.
Micaela contempló la imagen perfecta del compuesto en la pantalla. Estaba por respirar hondo, cuando al levantar la vista vio a través del vidrio a Gaspar y Zaira.
Le dio unas palmadas a uno de sus compañeros.
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