—¡Tía! —Jacobo, sin perder un segundo, presionó el timbre de emergencia.
En cuestión de segundos, el personal médico apareció y se abalanzó para iniciar el procedimiento de reanimación.
Los invitaron a salir de la habitación. Micaela apenas cruzó la puerta cuando sus piernas se sintieron como gelatina; tuvo que apoyarse en la pared para no caer.
De pronto, un brazo fuerte rodeó su cintura, sosteniéndola con firmeza.
—Necesitas descansar —la voz de Gaspar surgió a su espalda, grave y preocupada.
Micaela, entre molesta y desesperada, se zafó de su agarre.
—No me toques, estoy bien —soltó, con un tono cortante.
Gaspar apartó las manos y retrocedió, observándola con una mezcla de preocupación y algo más difícil de descifrar.
—No vuelvas a desvelarte haciendo experimentos —declaró él, con un dejo de reproche.
Micaela arrugó el entrecejo. Se le notaba el fastidio; seguro la señora Zaira ya le había ido con el chisme. Pero no necesitaba que Gaspar se metiera en su vida.
—No te preocupes por mí. Yo me las arreglo sola —reviró, con frialdad.
En ese instante, Samanta se adelantó, mostrando una expresión de falsa preocupación.
—¿Se siente mal, señorita Micaela? ¿Quiere que la vea un doctor?
Ese gesto tan hipócrita le resultó aún más irritante a Micaela. Quiso alejarse, pero el mareo no la dejó avanzar ni un paso.
Samanta, siempre tan oportunista, se acercó para sostenerla. Micaela, incómoda ante su contacto, la apartó con un empujón.
No usó mucha fuerza, pero Samanta fingió tropezar dramáticamente y fue a dar justo a los brazos de Gaspar, quien terminó sujetándola de la cintura.
Lionel, que había presenciado la escena, intervino de inmediato.
—Gaspar, si quieres, yo puedo llevar a la señorita Micaela a su casa —ofreció, con amabilidad.
Samanta, mordiéndose el labio, se dirigió directamente a Micaela.
—Micaela, sé que no te caigo bien. No tienes que agradecerme ni aceptar mi ayuda.
Por dentro, a Micaela le causaba gracia. Si Samanta sabía que le caía mal, ¿para qué fingía? ¿A quién quería impresionar con ese espectáculo? Y encima, buscando quedar como la víctima. Qué descaro.
—Señorita Micaela, así como está no puede manejar. Permítame, yo la llevo —insistió Lionel, con voz suave y sincera.
Micaela, que en ese momento sí necesitaba ayuda para llegar a casa, le sonrió agradecida.
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