Emilia iba manejando el carro, así que por fin Micaela pudo descansar un rato.
Media hora después, el carro entró al estacionamiento de un club de golf. Ahí, parecía más una exhibición de carros de lujo que un simple evento. Los meseros se acercaron de inmediato para abrirles la puerta.
Una alfombra roja se extendía hacia el salón principal. Micaela y Emilia caminaron sobre ella rumbo al evento de caridad. Micaela pensaba platicar con Emilia para buscar un lugar discreto donde sentarse.
Pero ni bien se acomodaron, la esposa del alcalde ya las había visto.
—Micaela, Emilia.
Ambas sonrieron y caminaron hacia la Sra. Villegas, quien las saludó con calidez.
—Vengan, aquí está el lugar que les reservé.
Para sorpresa de ambas, era la primera fila.
Micaela y Emilia se sintieron abrumadas. Ese sitio era claramente para invitados de alto nivel.
Pero la Sra. Villegas insistió en que se sentaran. Apenas tomaron asiento, vieron que por la puerta entraba otro grupo y Micaela, al reconocerlos, endureció la mirada.
Samanta, con un vestido rojo llamativo, avanzaba del brazo de una señora adinerada.
—¿Y esa qué hace aquí? —Emilia bufó, rodando los ojos.
Samanta también las notó y curvó los labios en una sonrisa que no prometía nada bueno. Evidentemente, ya esperaba ver a Micaela en el evento.
La Sra. Villegas se acercó a Samanta y su acompañante, intercambiaron unas palabras y luego les asignaron sus asientos.
No pasó mucho antes de que todos los invitados estuvieran presentes.
Samanta, con su aire de superioridad, se sentó en la segunda fila, justo detrás de Micaela.
—¡Micaela, qué coincidencia! —Samanta saludó con voz melosa.
Emilia giró la cabeza y le lanzó una mirada cortante.
—Micaela ni te conoce, así que gracias pero no —le reviró Emilia con sequedad.
Samanta la miró de arriba abajo, con desdén.
—¿A poco las pusieron en primera fila? Seguro piensan comprar varias cosas hoy.
El mensaje era claro: las consideraba indignas de estar en ese lugar.
Emilia no se dejó intimidar.
—¿A poco no sabes quién es Micaela ahora? —le soltó Emilia—. Deberías ponerte al día.
Samanta soltó una risita y acarició su collar con fingida indiferencia.
—Todo eso es gracias a la pensión que le dejó su exmarido, tampoco es para presumir.
Emilia soltó una carcajada burlona.
—¿Micaela necesitar de la caridad de alguien? No te lo crees ni tú. Mira, su saldo bancario va a ser más largo que tu número de identificación, ya lo verás.
Samanta la fulminó con la mirada, apretando los labios.
Emilia se volvió hacia Micaela y comentó en voz alta:
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