La subasta comenzó de forma oficial. Hoy, todos los presentes eran verdaderos pesos pesados; si alguien quería llevarse el objeto de sus sueños, no solo hacía falta tener dinero, también mucha paciencia.
En el escenario, el anfitrión presentaba con entusiasmo el primer lote. Pronto, una señora de la alta sociedad lo adquirió sin titubear. En un abrir y cerrar de ojos, ya habían pasado diez piezas. Ahora era turno del undécimo artículo.
—Un jarrón azul y blanco de la época barroca. El precio inicial es de sesenta mil pesos, pueden subir la oferta como gusten —la voz intensa del presentador retumbó en el salón.
De inmediato, una señora de edad levantó su paleta.
—Ochenta mil.
Una voz joven de mujer se sumó enseguida.
—Cien mil.
Micaela ni siquiera tuvo que voltear para saber que era Samanta. Frunció el ceño. ¿Samanta también quería ese jarrón? ¿Pensaba regalárselo a la señora Florencia?
Sin dudar, Micaela subió la oferta.
—Ciento veinte mil.
—Ciento cincuenta mil —Samanta no se quedaba atrás. Sus ojos se clavaron en Micaela. Al parecer, Micaela quería ese jarrón para dárselo a la señora Lorena.
Pues ella no iba a dejarle esa oportunidad de quedar bien.
—Doscientos mil —Micaela volvió a levantar su paleta.
—Trescientos mil —Samanta subió el precio con aparente despreocupación.
—Quinientos mil —Micaela no se echó para atrás.
Un murmullo recorrió la sala. Ese precio ya superaba por mucho la tasación en el mercado.
Y también sobrepasaba el límite de Samanta. Pero ese jarrón era de la época favorita de Florencia; si se lo regalaba, seguro le encantaría.
Samanta apretó los dientes. Solo de imaginar la cara de alegría de Florencia al recibir el jarrón, su corazón se endureció.
—Seiscientos mil.
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