Jacobo apenas se acercó cuando Emilia le sonrió y dijo:
—Señor Jacobo, ¿usted sabe jugar golf?
Jacobo asintió con un poco de confianza.
—Sí, sé jugar.
—Entonces perfecto, ¡enséñele a Micaela! Hasta ahora no ha logrado mandar ni una sola pelota —soltó Emilia con una risa.
Micaela sintió cómo le ardían las mejillas.
—¡Emilia! —protestó, y luego miró sorprendida a Jacobo—. ¿Tú también viniste?
Jacobo le sonrió entrecerrando los ojos.
—Pasé por aquí para relajarme un rato. Una casualidad.
Emilia apenas pudo contener la risa, porque ni ella se tragaba esa excusa de Jacobo. Pero, para ser sinceros, su llegada le venía de maravilla.
Jacobo dirigió la mirada a la forma en que Micaela sostenía el palo de golf.
—¿Nunca habías jugado antes?
Micaela negó con la cabeza.
—Es mi primera vez.
Eso sorprendió a Jacobo. Conociendo a Gaspar, que jugaba bastante bien, pensó que en los seis años que Micaela estuvo casada con él, seguro la habría traído al campo más de una vez.
En ese momento, Samanta, que estaba al otro lado, levantó el palo y con un movimiento elegante mandó la pelota volando en un arco perfecto. Se notaba que no era ninguna novata en esto del golf.
Jacobo apartó la vista de Samanta y se volvió hacia Micaela.
—¿Te molesta que te enseñe?
—¡Por supuesto que no, señor Jacobo! Échele una mano, que aquí anda sufriendo porque nadie le explica —intervino Emilia antes que Micaela pudiera decir nada.
Micaela le lanzó una mirada de fastidio a su amiga, pero Emilia retrocedió unos pasos.
—Adelante, señor Jacobo, por favor.
Jacobo notó que Micaela estaba un poco incómoda. No había dicho que sí, pero tampoco lo había rechazado.
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