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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 489

En ese momento, en el ambiente tranquilo del centro de convenciones, el celular de Micaela empezó a sonar. Ella lo sacó, echó un vistazo, y sin pensarlo, colgó la llamada.

Jacobo giró la cabeza y preguntó:

—¿Por qué no contestaste?

—Era una llamada de esas que solo molestan —respondió Micaela con naturalidad.

Poco después, el celular de Micaela vibró con un nuevo mensaje. Ella lo tomó de nuevo y vio que era de Gaspar: [Mañana a las diez, ven a mi oficina. Hay algo de lo que quiero hablar.]

Micaela frunció el ceño. Entre ellos ya no quedaba nada por discutir.

Decidió no responder.

Después de recorrer la exposición de arte, Micaela y Jacobo llevaron a los niños a comer a un restaurante cercano antes de regresar cada quien a su casa.

Pilar quedó fascinada con el paseo; Micaela también sintió que había sido un día pleno.

Ya por la noche, a las diez, Micaela se recostó en la cama. Su hija dormía profundamente a su lado, cuando de pronto, sonó otra notificación. Tomó el celular con desgano.

[No llegues tarde mañana a las diez.] Gaspar insistía.

Micaela miró esas palabras con una expresión impasible. ¿Qué quería aquel tipo ahora? Mordiéndose el labio, respondió:

[¿De qué quieres hablar?]

[De la modificación de la custodia de Pilar.]

Al leer esas palabras, el aire se le atoró en el pecho. De inmediato escribió:

[¿Qué significa eso, Gaspar?]

La respuesta no tardó: [Tal cual lo leíste. Mañana a las diez, no me hagas esperar.]

Sintió el peso de una piedra oprimiéndole el pecho. Temía que Gaspar estuviera planeando algo con la custodia de su hija. No podía creerlo: ¿apenas un año después del divorcio, ya quería arrebatársela?

Miró a Pilar, profundamente dormida a su lado, y apretó los dientes.

[La custodia no se va a cambiar. No pienso cederla.]

[Lo hablamos mañana.] Gaspar ni siquiera quiso seguir discutiendo.

Micaela cerró los ojos con fuerza. No quedaba más que ir a verlo y averiguar de una vez por todas qué pretendía.

Recordando algo, se levantó y fue al estudio a llamar a Carlos, buscando un poco de orientación.

—Micaela, aquel acuerdo de divorcio no tenía inconvenientes, pero los anexos que puso el señor Gaspar podrían jugarte en contra. De todas formas, tranquila, primero escúchalo mañana y vemos qué se puede hacer —le recomendó Carlos.

Micaela, sin tener idea de qué estaba tramando Gaspar, solo pudo decidir que enfrentaría lo que viniera después de verlo.

...

Al día siguiente, tras dejar a su hija en la escuela, Micaela condujo hasta el Grupo Ruiz.

A las nueve cincuenta en punto, entró al lobby de la sede principal.

La recepcionista la reconoció, le sonrió y la dejó pasar sin detenerla.

Micaela tomó el elevador directo al piso de las oficinas de Gaspar.

Una asistente salió a su encuentro:

—Sea lo que sea que estés tramando, no voy a jugar tu juego —le lanzó, tajante—. Y ni me interesa.

Gaspar arqueó las cejas.

—Veo que Jacobo te importa mucho, y su madre ya te aceptó. Pero aunque Jacobo pueda esperar cinco años, su mamá no lo hará. Solo intento facilitarles las cosas.

Micaela avanzó, tomó la carpeta y la azotó en el suelo.

—Gaspar, te lo advierto: no intentes amenazarme. Pilar es mía, y jamás te la voy a entregar. Olvídalo.

Justo en ese instante, la asistente que iba a entrar con una bebida escuchó el escándalo, se asomó y, al ver la escena, cerró la puerta con sigilo.

Gaspar quedó desconcertado, mirando a Micaela fuera de sí. Tras unos segundos, murmuró:

—Olvídalo. Haz de cuenta que nunca te dije nada.

Micaela, sin ganas de perder más tiempo, dio media vuelta. Al tomar la manija, Gaspar soltó de pronto:

—No te la pases solo con tu romance. Acelera el avance del proyecto. No te retrases.

Micaela ni se molestó en contestar. Cerró la puerta de un golpe y se fue.

Afuera, la asistente no pudo evitar sorprenderse. Era la primera vez que veía a alguien gritarle así al señor Gaspar.

Cuando Micaela se marchó, la asistente tocó suavemente la puerta.

—Señor Gaspar, ¿quiere que entre a acomodar?

Gaspar asintió. Ella pensó que el jefe estaría furioso, pero al espiar, vio que él estaba recostado en el sofá, con los ojos cerrados, como si nada hubiera pasado.

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