Micaela despertó de un sueño profundo y, al abrir los ojos, notó que tenía encima un saco que no era suyo.
Frunció el entrecejo y se incorporó en el sillón, preguntándose si la prenda sería de Ramiro. Sin embargo, al tocar la tela, se dio cuenta de que era hecha a mano, y el detalle de los gemelos con zafiros la hizo torcer la boca con desdén.
—Es de Gaspar —se dijo a sí misma mientras lanzaba la prenda lejos, como si le diera asco.
¿Gaspar había estado aquí?
Micaela se frotó la frente, se levantó y fue directo al baño a lavarse la cara. Al regresar, se topó con Verónica, quien se le acercó con una expresión traviesa y le preguntó en voz baja:
—Micaela, ¿sabías que el señor Gaspar estuvo en tu oficina más de una hora? Dime la verdad, ¿no te hizo nada raro?
El semblante de Micaela cambió de inmediato.
—¿Más de una hora?
—¡Sí! Justo cuando te quedaste dormida, él entró. Cuando salió, ya casi eran las dos de la tarde —explicó Verónica.
O sea, ¿mientras dormía, él estuvo ahí todo ese rato?
Al volver a su oficina, Micaela revisó todo. Lo único diferente era el saco. Se sentó frente a su escritorio, encendió la computadora y vio que la pantalla seguía en su plan de trabajo. Suspiró con fastidio y tomó su taza de café para dar un sorbo.
En ese momento, Verónica entró con un montón de papeles.
—¿El café ya se enfrió? Te lo traje apenas antes de que te quedaras dormida —comentó Verónica al notar la taza.
De pronto, a Micaela se le cruzó una idea terrible. Miró la taza y notó que faltaba casi dos tercios del café.
¿Quién lo había bebido?
Sintió una punzada de asco y, de repente, saltó de su silla y corrió hacia el bote de basura. Se agachó y empezó a hacer arcadas, como si hubiera tomado algo asqueroso.
—¿Tan malo estaba? Si ese es el café que siempre te gusta... —dijo Verónica, sin entender nada, mientras se acercaba.
—Pásame una servilleta, por favor —pidió Micaela con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada por las náuseas.
Verónica le alcanzó el papel y Micaela se limpió como pudo. Después, fue directo al dispensador de agua y se tomó un vaso grande de golpe, pero su cara seguía tan pálida como antes.
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