Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 581

El semblante de Horacio se mantenía aparentemente sereno, pero por dentro hervía de coraje. Después de todo, él era el vicepresidente del Grupo Ruiz, y Micaela acababa de enfrentarlo sin piedad frente a todos los accionistas, sin dejarle ni tantita dignidad.

A Gaspar tampoco le caía nada bien la situación, aunque su voz sonó grave y calmada.

—Doctora Micaela, adelante, por favor.

Micaela retomó su presentación y, tras unos minutos, proyectó una gráfica de análisis de mercado.

—Aquí tienen una estimación de las ganancias futuras en el sector médico civil. Si este proyecto se extiende a los ámbitos militar y aeroespacial, el potencial es incalculable.

Los accionistas comenzaron a murmurar entre sí. Muchos ya asentían, convencidos; la exposición de Micaela durante estos tres años les estaba devolviendo la confianza.

Horacio pudo notarlo, y una punzada de ansiedad le recorrió el pecho.

—Doctora Micaela, ¿cuál es la probabilidad de éxito de este proyecto? —preguntó uno de los accionistas veteranos.

—Por ahora, es toda la información que puedo compartir. Ustedes mismos pueden evaluar los datos y los resultados de los experimentos —contestó Micaela con inteligencia.

Aunque intentaron mantener la compostura, los accionistas ya vislumbraban el potencial ilimitado del proyecto.

Mientras Micaela ordenaba sus papeles, Gaspar le indicó con una mano:

—No te vayas todavía, busca una silla y siéntate.

Luego, apoyó ambas manos en la mesa y habló con voz firme:

—Estoy seguro de que todos han entendido el informe de la Doctora Micaela. Ahora, tengo otro anuncio importante que hacer.

Gaspar recorrió con la mirada a todos los presentes, hasta detenerse en Horacio.

Horacio se sintió incómodo bajo esa mirada, aunque fingió una sonrisa.

—Señor Gaspar, ¿hay algo más que deba informarnos?

Gaspar no respondió enseguida. Hizo una señal a Enzo, quien repartió un fajo de documentos entre los accionistas.

—En sus manos tienen pruebas de que Horacio, aprovechando su cargo, falsificó datos de inversión y desvió fondos del proyecto —la voz de Gaspar sonó tan firme como una sentencia—. Entre las pruebas hay fotos de él reuniéndose con la competencia.

Los accionistas se quedaron boquiabiertos, incapaces de creer lo que veían. Siempre habían confiado en Horacio; jamás imaginaron que pudiera ocurrir algo así. Sus rostros se crisparon de incredulidad y rabia.

Horacio se puso de pie, apretando los puños, mientras su rostro se tensaba.

—¡Gaspar, esto es una calumnia!

Gaspar soltó una carcajada despectiva.

—Si es calumnia o no, que lo decida la policía.

Raúl fue el primero en golpear la mesa:

—Horacio, confiábamos a ojos cerrados en ti, ¿y sales con esto? ¡Qué decepción nos diste!

—¿Y este tipo todavía sigue en la junta? ¡Sáquenlo ya!

Hasta los accionistas más viejos, con sus barbas temblando de coraje, se sentían ultrajados. Haber sido engañados así era mucho peor que perder dinero.

El sudor frío le corría por la frente a Horacio. Miró a su alrededor y se encontró con miradas llenas de desprecio.

Sabía que estaba acabado. Con los delitos que había cometido, terminaría en la cárcel por el resto de su vida.

Había querido aprovechar el proyecto de Interfaz Cerebro-Máquina para sacar a Gaspar de la dirección, ocupar su lugar y así tapar sus propios desfalcos. Pero había subestimado la astucia de Gaspar.

De pronto, la puerta de la oficina se abrió. Leónidas entró acompañado de dos policías. Se dirigieron directamente a Horacio.

—Horacio, tienes que acompañarnos.

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