La sonrisa de Jacobo se quedó congelada en su cara. Tras un instante de silencio, suspiró y preguntó:
—¿Es por tu matrimonio fallido con Gaspar que ya no confías en el matrimonio?
Micaela se quedó pensando, luego negó con la cabeza.
—Es un asunto mío. Claro que ese matrimonio me decepcionó, pero ahora toda mi energía está enfocada en Pilar y en mi trabajo.
No podía darse el lujo de enamorarse. Apenas estaba arrancando su carrera, su hija era pequeña… Si aceptaba una relación a la ligera, sería una irresponsable.
—No importa, yo podría...
Jacobo la miró con seriedad.
—No sigas —lo interrumpió Micaela, con una voz suave pero firme—. Somos buenos amigos, Jacobo. No quiero que pierdas el rumbo de tu vida por mi culpa.
Jacobo se quedó viéndola. No dijo nada. Justo entonces, el mesero llegó con la comida. Jacobo soltó un suspiro resignado.
—Vamos a comer, ¿sí? Prueba el platillo estrella de este lugar, seguro te va a gustar.
Micaela asintió. Miró a Jacobo, sabiendo que no había forma de decir esas palabras sin herirlo, y eso era lo último que ella quería.
Jacobo tampoco volvió a mencionar el tema. Empezaron a platicar sobre los platillos y Jacobo le contó anécdotas de cuando salía a pescar en altamar.
Micaela sonrió mientras lo escuchaba, y así continuaron hasta terminar la comida.
Al salir del restaurante, Micaela llevó a Jacobo hasta la entrada de su empresa. Como siempre, bajó del carro para abrirle la puerta. Jacobo parecía distraído, y de pronto, su mano herida chocó contra la puerta. Soltó un quejido.
Micaela reaccionó de inmediato, ofreciéndole apoyo.
—¿Te lastimaste?
Jacobo frunció el ceño y negó con la cabeza. Miró la mano de Micaela y, con un dejo de anhelo, la tomó.
Micaela se dio cuenta y soltó su mano, instintivamente retrocediendo un paso.
El corazón de Jacobo se estremeció. El dolor en el pecho fue mucho más fuerte que cualquier herida en su brazo, y por un momento le costó respirar.
Micaela lo miró sin entender por qué de repente él parecía tan afectado.
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