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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 618

Fuera del trabajo, Nico no podía evitar preocuparse por la vida personal de Micaela.

—Micaela, estos dos años después del divorcio, tú sola con el niño… ha de ser pesado, ¿no?

Micaela sostenía su vaso de bebida caliente, la mirada perdida en el horizonte.

—Ya me acostumbré. El niño es tranquilo, no me da muchos problemas.

—¿Y tú y Gaspar…? —Nico dudó, como si no supiera cómo abordar el tema.

—Sr. Nico —lo interrumpió Micaela—. Sé que se preocupa por mí, pero ahora estoy bien.

Nico soltó un suspiro.

—Se nota que Gaspar tiene un carácter fuerte y complicado. No te voy a decir que vuelvas con él, pero este proyecto de Interfaz Cerebro-Máquina está lleno de obstáculos, y tú sola criando a tu hijo… ¿te acuerdas cómo era tu vida después de que tu mamá falleció, viviendo con tu papá?

Micaela contuvo la respiración un instante. Claro que lo recordaba. Sonrió con nostalgia.

—Tal vez para ustedes yo parecía muy desdichada, pero mientras estuviera con mi papá, a donde fuéramos, yo era feliz.

Nico sonrió también.

—En esos tiempos, sí que me daba pena verte así.

—Usted siempre ha sido muy bueno conmigo —agradeció Micaela.

—Antes de morir, tu papá me pidió que te cuidara. Es mi deber cargar con eso —dijo Nico, perdiendo la mirada en el horizonte de la ciudad. De pronto, preguntó—: ¿Y tu hijo, cómo anda de salud?

—Muy bien, solo que a veces se resfría un poco —respondió Micaela.

La expresión de Nico se suavizó, satisfecho.

—Qué bueno.

Cuando Micaela se fue, Nico tomó un sorbo más de su bebida, pensativo. De pronto murmuró para sí:

—Tampoco me dijiste hasta cuándo debía ocultarle la verdad… ¿Cómo se lo voy a decir ahora?

—Profe, ¿qué está diciendo? —preguntó Emir, acercándose.

Nico alzó la vista.

—Nada, vamos, la junta ya va a empezar.

...

Al salir del trabajo, Micaela se sentía agotada. Se sentó en el carro, dejando que el silencio la envolviera solo un instante. El día había sido una maratón de intercambio de ideas que le exprimió el cerebro.

Justo entonces, llegó un mensaje:

[Micaela, tú y Gaspar ya terminaron. Por favor, deja de aprovechar el trabajo para buscarlo.]

Era un número desconocido, pero el tono era inconfundible: Samanta.

Micaela miró el mensaje unos segundos, luego tecleó una respuesta:

[Mejor encárgate de tu propio perro.]

El número respondió de inmediato:

[Micaela, ¿te da miedo que le reenvíe este mensaje a Gaspar?]

Micaela soltó una carcajada sarcástica y escribió:

—¿Cómo es posible?

—Eso quiero saber. ¿De dónde sacaba tiempo para hacer experimentos durante su matrimonio? ¿Y cómo es que Gaspar ni se enteró?

Samanta sonrió de lado, sus labios pintados de rojo carmín.

—Obvio, Gaspar estaba conmigo.

Lara lo entendió al instante. Cuando Gaspar vivía en el extranjero con Samanta, Micaela se unió al laboratorio de Nico. Si Micaela pudo con esos experimentos tan complicados, quedaba claro que Gaspar casi no estaba en la casa.

Ahora veía que también había subestimado las artimañas de Samanta.

Hasta entonces, ambas sabían de la existencia de la otra, pero nunca habían tenido contacto directo. Lara no tenía idea de cómo era la vida de Samanta fuera del país.

Solo sabía que su padre mandaba dinero cada año para mantener a esa madre e hija.

Cuando Lara cumplió dieciocho, su mamá descubrió que una de las amantes de su padre estaba embarazada, y como iba a ser niño, la obligó a deshacerse del bebé. Después de ese escándalo, permitió que la madre de Samanta regresara al país a ver al papá de Lara de vez en cuando.

La primera vez que vio a Samanta, ella tenía veinte años y parecía más una princesa que una hija ilegítima: elegante, educada, con todo lo que quería y más que Lara.

Más tarde, su madre le confesó que, a los dieciocho, Samanta ya tenía un patrocinador millonario que las mantenía a ella y a su mamá. Ese patrocinador era Gaspar.

—¿En qué piensas? —preguntó Samanta, rompiendo el silencio.

—En que deberías apurarte y darle un hijo a Gaspar, de preferencia varón, para asegurarte el lugar de Sra. Ruiz —aconsejó Lara.

Samanta tamborileó el borde de su vaso, la mirada llena de una confianza burlona.

—¿De verdad crees que voy a perder contra Micaela?

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