Esa tarde, Micaela fue por su hija y la llevó a cenar al Gran Hotel Alhambra. El restaurante estaba animado: varias familias compartían la mesa, niños riendo, padres conversando. Pilar, atenta a todo, aprovechó el momento en que su mamá se levantó para contestar una llamada. Sin que nadie la notara, tomó su reloj inteligente y marcó el número de su papá.
—¿Bueno? ¿Pilar? —escuchó la voz de Gaspar al otro lado.
—Papá, ¿puedes venir al hotel a cenar con mamá y conmigo? —preguntó Pilar en voz baja, casi como si temiera que la descubrieran.
—¿Dónde están?
—Estamos en el hotel de mamá, cenando.
—Perfecto, voy para allá en un rato —respondió Gaspar con una risa suave.
Pilar colgó justo cuando Micaela regresaba a la mesa. Al verla, la niña le lanzó una sonrisa traviesa.
—¡Mamá, ya volviste!
—¿Ahora qué travesura hiciste? —preguntó Micaela, notando la mirada pícara de su hija.
—Nada, mamá —respondió Pilar, haciendo un puchero.
El restaurante estaba a reventar. Micaela y Pilar esperaban la comida cuando, de repente, después de quince minutos, Pilar saltó de la silla, corriendo hacia la entrada a toda prisa.
—¡Pilar! —exclamó Micaela, sorprendida, siguiendo a su hija con la mirada. En ese instante, vio a Gaspar aparecer en la puerta del restaurante.
Por fin, Micaela entendió la expresión de su hija hacía unos minutos. Recordó cómo, antes de salir de casa, Pilar insistió en llevarse su reloj inteligente. Ahora comprendía: todo era para llamar a Gaspar.
Micaela sintió que el pecho se le apretaba, y en sus ojos se asomó una molestia imposible de ocultar.
—Mamá, papá tampoco ha cenado. ¿Podemos invitarlo a comer con nosotras? —preguntó Pilar, tomando a Gaspar de la mano y guiándolo hasta la mesa, ladeando la cabeza con ternura.
Micaela observó el gesto encantador de su hija y, aunque no le hacía mucha gracia, asintió con la cabeza. Había demasiada gente como para armar una escena y avergonzar a Pilar.
Gaspar se sentó junto a su hija y llamó al mesero para pedir más platillos.
—Papá, el señor Joaquín también me regaló lo mismo que tú —dijo Pilar, rebosando alegría.
Gaspar se quedó pensativo.
—¿De verdad? ¿Igualito?
—Sí, igualito —afirmó Pilar, moviendo la cabeza de arriba abajo.
Gaspar pareció recordar algo y sacó de la bolsa de su saco una pequeña caja de terciopelo, que puso frente a Micaela.
—Esto es para ti.
Ayer había sido Nochebuena; hoy, la Navidad de verdad.

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