Gaspar echó un vistazo a los papeles, se inclinó y firmó rápidamente en el apartado de familiares.
La mirada de Lionel perdió algo de brillo. Se quedó plantado en la puerta del consultorio, el cuerpo tan tenso que parecía a punto de romperse.
Al poco rato, Néstor Báez, que estaba de viaje, llegó apresurado con su esposa. Apenas vio a Gaspar, se acercó de inmediato, la ansiedad pintada en el rostro.
—Sr. Gaspar, ¿cómo está mi hija?
—Fue una intoxicación por comida, ya le hicieron un lavado estomacal. Por ahora, está estable —respondió Gaspar con calma.
—Qué alivio... Con usted aquí, sabía que todo saldría bien —Néstor soltó el aire que tenía contenido. Solo entonces notó la presencia de Lionel y le saludó con energía—. ¡Sr. Lionel, también está aquí!
Lionel asintió con la cabeza.
—Sr. Gaspar, debería irse a descansar. Nosotros nos quedamos a cuidar a Samanta, no queremos que se agote. Se lo agradezco mucho —insistió Néstor, notando el cansancio en el rostro de Gaspar.
Gaspar asintió.
—Si pasa algo, avísenme de inmediato.
Miró a Lionel antes de irse.
—Lionel, yo me retiro.
—Está bien. Yo esperaré a que Samanta despierte para irme —respondió Lionel.
Gaspar salió del hospital. Eran ya las diez y media. Enzo se apresuró a abrirle la puerta del carro.
—Sr. Gaspar, ¿a dónde vamos?
—A Villa Flor de Cielo —dijo Gaspar, masajeándose el entrecejo.
Enzo arrancó el carro y en veinte minutos llegaron a Villa Flor de Cielo. Gaspar dirigió la mirada hacia una de las torres del conjunto. De pronto, ordenó:
—Para aquí.
Enzo se sorprendió.
—¿Ocurrió algo, Sr. Gaspar?
Gaspar fijó la vista en el penthouse de una de las torres. No se veía ni una luz encendida. Estaba claro que Micaela no estaba en casa. Si no pasaba la noche ahí, solo podía haber ido a un lugar.
La suite presidencial del Gran Hotel Alhambra, su refugio personal.
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