Gaspar miró el celular unos segundos antes de responder.
[Lionel, quédate con ella. Mañana yo paso.]
No tardó en llegar la respuesta de Lionel.
[De acuerdo.]
...
Al amanecer, Sofía estaba peinando a Pilar. Mientras tanto, Pepa, la perrita que descansaba a un lado, de repente levantó las orejas y empezó a menear la cola con entusiasmo, lanzando suaves gemidos.
Pilar se puso de pie de inmediato, con los ojos brillando de emoción.
—¿Será que ya llegó papá?
Sofía, al ver la reacción de Pepa, también sospechó que se trataba de Gaspar. Le contestó:
—Tu mamá sigue dormida, ¿por qué no mejor...?
Pero Pilar no la dejó terminar. Llena de alegría, salió corriendo hacia la puerta, decidida.
—Seguro es mi papá.
—¡Oye, Pilar!—, intentó detenerla Sofía, pero ya era tarde.
La niña abrió la puerta de un tirón. Allí, de pie, estaba Gaspar, vestido con un traje negro impecable. Se agachó y le habló con ternura:
—Pilar, ¿te acuerdas a dónde te voy a llevar hoy?
—¡Al acuario!— gritó Pilar, eufórica—. Papá, ¿viniste por mí?
Gaspar se agachó y la alzó en brazos.
—Así es, vengo a llevarte.
Mientras abrazaba a su hija, acarició su cabello suave y le preguntó:
—¿Y tu mamá?
—Todavía está dormida—, respondió Pilar, llevándose un dedo a los labios—. No la despertemos, trabajó hasta muy tarde anoche y necesita dormir más.
Gaspar asintió.
—Perfecto, vamos a desayunar algo abajo y luego nos vamos al acuario.
—¡Sí, vamos!—. Pilar rodeó el cuello de su papá, desbordando ilusión.
Sofía los miraba desde el pasillo, dudando si debía decir algo.
—Señor Gaspar, ¿no quiere dejarle un recado a la señora?
—Es un tiburón ballena—, le explicó Gaspar.
—Papá, ¿me cargas?
Pilar se aferró a la cintura de su papá. Gaspar se inclinó y la levantó para que pudiera mirar mejor.
La niña pegó las manos en el vidrio, con los ojos abiertos de par en par.
—¡Es enorme!
Gaspar la acompañó a recorrer el lugar con calma. Después de un rato, fueron al área de los delfines. Había mucha gente, el ambiente era animado y Pilar, sentada sobre las piernas de su papá, disfrutaba del espectáculo con una sonrisa de oreja a oreja.
Detrás de ellos, Enzo recibió una llamada en su celular. Miró la pantalla y se acercó discretamente.
—Señor Gaspar, es la señorita Adriana.
—No contestes.
—¡Entendido!— respondió Enzo, y puso el celular en silencio.
Gaspar no apartó la vista de la cara radiante de su hija. Le acomodó el flequillo y sacó el vaso para darle agua.
Cerca de ellos, un grupo de chicas jóvenes observaba la escena. No podían evitar sentir envidia al ver a esa pareja tan guapa de papá e hija. Más de una se preguntó quién sería la afortunada mamá de aquella niña tan adorable.

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