—¿Quieres que vaya a platicar con la señorita Micaela? —preguntó Ángel, pensando que quizá sus palabras aún tendrían peso para ella.
—No hace falta, mejor déjala tranquilizarse un rato —respondió Gaspar, con un tono distante.
Ángel no pudo evitar pensar que el motivo por el que Gaspar no entregaba la muestra de la madre de Micaela era porque debía tener un uso mucho más importante. Si no, en una situación tan grave como la enfermedad de su mamá y de su hermana, no lo habría dudado.
El doctor Ángel aprovechó para explicarle a Gaspar el experimento que había realizado la noche anterior con la muestra de sangre de Samanta.
...
Micaela estaba en el balcón del laboratorio, dejando que el viento le despeinara el cabello mientras intentaba aclarar su mente. No lograba entender todo lo que estaba pasando, y esa confusión la tenía con un nudo en el pecho. Era una sensación difícil de soportar.
Sin embargo, no tardó en recomponerse. Decidió que lo mejor sería dejar la muestra de su mamá para el final. Ahora, usar la de Samanta para la investigación también era una buena opción.
Mientras Ángel le explicaba los detalles a Gaspar, la puerta se abrió y Micaela entró con el semblante sereno, llevando una taza de café. Se sentó con calma, como si nada hubiera pasado.
No se le veía molesta, al contrario, parecía tranquila, como el agua de un lago en calma.
Ángel enseguida le acercó los reportes.
—Señorita Micaela, justo le estaba explicando al señor Gaspar cómo va el experimento, ¿por qué no se une a la plática?
Micaela asintió.
—Doctor, adelante, explíquenos.
Ángel retomó el tema y siguió detallando el avance.
Gaspar aparentaba estar concentrado en los datos que Ángel le mostraba, pero de reojo no dejaba de vigilar a Micaela, atento a cualquier cambio en su actitud.
Micaela ya no daba señales de la tensión de antes. Cuando Ángel le dirigió una pregunta, respondió con rapidez y lógica, demostrando que su mente seguía tan ágil como siempre.
Del otro lado de la mesa, Gaspar parecía para ella alguien irrelevante, como si su presencia no le afectara en lo más mínimo.
En medio de una explicación, Micaela alzó la voz para plantear su propia idea.
Micaela asintió.
—De acuerdo.
Pero Gaspar, aunque la veía tranquila por fuera, sabía bien que por dentro Micaela era terca y decidida. Estaba seguro de que ella iba a buscar la forma de hacerse las pruebas.
—No hay nada más que hablar. El experimento sigue como estaba planeado —dijo Gaspar, golpeando la mesa con los dedos, visiblemente molesto.
...
Micaela se levantó, tomó el café y salió de la sala. Ángel, incómodo, miró a Gaspar.
—Bueno, me regreso al laboratorio —murmuró, intentando quitarle hierro al asunto.
—Doctor, si Micaela insiste en hacerse la prueba, quiero que me entregues los resultados —le soltó Gaspar. Luego agarró su saco del respaldo de la silla y salió apresurado.

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