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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 932

Micaela se quedó inmóvil unos segundos, sorprendida por la seriedad casi obsesiva en los ojos de Gaspar, pero apenas lo asimiló, sintió que todo era una broma de mal gusto.

—¿Ya terminaste? Si ya acabaste, hazte a un lado —dijo. Esta vez, Micaela ni siquiera le llamó por su nombre completo; simplemente extendió la mano y lo apartó. Aunque Gaspar medía un metro ochenta y ocho, se dejó empujar sin resistencia.

No era que Micaela tuviera una fuerza extraordinaria, sino que Gaspar, siguiendo el impulso de su mano, se giró apenas y le cedió el paso.

—Perdón, te hice perder el tiempo —murmuró Gaspar, su voz áspera y apagada.

Micaela apenas levantó la vista, ni se molestó en mirarlo de frente; solo siguió su camino hacia el laboratorio, pasó su tarjeta, abrió la puerta y entró.

La pesada puerta insonorizada se cerró lentamente entre ellos dos.

Gaspar se quedó parado en el pasillo. Se notaba que luchaba por contener sus emociones, obligándose a reprimir todo ese torbellino bajo la superficie, hasta que solo quedó esa calma forzada, casi dolorosa, en sus ojos.

Sabía que en ese momento no podía perder la cabeza, ni dejarse arrastrar por el enojo. Tampoco era el lugar ni el momento para hablar de esas cosas.

Volvió al elevador y, ya adentro, se frotó el entrecejo con cansancio. Cuando levantó la mirada, aún se percibía ese filo de dolor escondido en el fondo de sus ojos, uno que no se atrevía a mostrar abiertamente.

...

Por la tarde, Micaela se las arregló para ir por su hija a la escuela, sin pedirle ayuda a Gaspar.

En el patio, se encontró con la señora Montoya. Las niñas jugaban en el tobogán mientras las dos madres platicaban a unos metros.

—Micaela, ¿cómo va el trabajo? ¿Sigues tan ocupada? —preguntó la señora Montoya con una sonrisa.

—¡Sí! Bastante —respondió Micaela, devolviéndole la sonrisa.

La señora Montoya la observó de arriba abajo. A pesar de que Micaela ya era mamá, seguía viéndose joven y llena de vida, algo que contagiaba tranquilidad a quienes la rodeaban.

—Cuando tengas tiempo, ven a mi casa. Mira que las niñas se llevan bien, sería bueno que jugaran más seguido —invitó la señora Montoya, dejando en el aire un mensaje más profundo.

—Claro, en cuanto se calme el trabajo, le caemos a su casa —aceptó Micaela, con esa cortesía que deja abierta la posibilidad sin comprometerse del todo.

La señora Montoya entendió que aquello era solo una respuesta educada. En el fondo, tenía la esperanza de que su hijo conquistara a Micaela, pero últimamente él estaba tan ocupado con el trabajo que ni en casa aparecía.

En ese momento, el celular de Micaela sonó. Ella le sonrió a la señora Montoya:

—Déjeme contestar esta llamada.

Capítulo 932 1

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