El brillo en los ojos de Gaspar se apagó poco a poco, hasta que la mirada quedó enrojecida por las venas que cruzaban sus ojos.
—Voy a traerte un vaso de agua tibia —dijo, levantándose y caminando hacia donde se preparaban las bebidas. Regresó con el vaso y lo puso frente a ella.
Micaela no lo tomó de inmediato. Gaspar, con voz grave como siempre, insistió:
—El doctor pidió que tomes más agua. Hazme caso.
Micaela finalmente aceptó el vaso y bebió un poco. Luego, apartando la vista, murmuró:
—De verdad ya estoy bien. Puedes irte si quieres.
Gaspar simplemente se volvió a sentar.
—Me quedo hasta que termines el chequeo del corazón. Solo me voy si el médico asegura que no tienes nada.
—¿Chequeo del corazón? —frunció el ceño Micaela.
—Sí. Es lo que el doctor recomendó —asintió Gaspar.
Micaela negó con la cabeza.
—No hace falta. Yo conozco mi cuerpo mejor que nadie.
—Pues si lo conocieras tan bien, no habrías terminado desmayada en el hospital —soltó Gaspar con un resoplido.
Micaela se quedó callada, sintiendo cómo esas palabras la dejaban sin argumentos.
—Si no quieres acabar como tu papá, hazte el examen y deja que todos estén tranquilos —añadió Gaspar, su voz ahora mucho más suave—. Pilar necesita a su papá, pero también a su mamá.
Esa frase hizo que Micaela se quedara helada. Tragó saliva y, al final, cedió.
—Está bien, me lo hago. Pero que sea rápido, porque tengo que ir al laboratorio, tengo cosas pendientes allá.
...
El hospital le organizó enseguida el chequeo completo del corazón. Gaspar no se apartó ni un segundo de su lado, sin importar cuántas veces Micaela le pidiera que se fuera.
Pasaron horas entre exámenes y análisis, y cuando por fin terminaron, ya eran las siete de la noche. El resultado tardaría varios días, así que Micaela decidió que lo mejor sería irse a descansar a casa.
Gaspar la llevó de regreso. Ella llevaba tres días sin pisar su hogar. Apenas entró, Pilar corrió emocionada y se lanzó a sus brazos.
—Mamá, ¡te extrañé un montón!
—Y yo a ti, mi amor —Micaela se agachó para abrazar a su hija, apretándola fuerte.
Entonces, Pilar se fijó en Gaspar, que estaba a un lado. Los niños siempre notan todo: ladeó la cabeza y le habló a su papá:
—Papá, agáchate.


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