En esta ocasión, Jaime llegó con su esposa e hija a uno de los restaurantes de mariscos más famosos de la ciudad.
Al bajarse del auto, Donia se quedó mirando la deslumbrante decoración del restaurante, el lugar irradiaba exclusividad y altos precios.
Jaime se fue a estacionar y Claudia se dio cuenta de que su hija no la seguía, por lo que se giró con curiosidad y le preguntó, "Donita, ¿por qué no vienes?"
Ella parpadeó y dijo con seriedad: "Estaba pensando cuánto costará comer aquí, no es que seamos una familia adinerada."
Claudia no pudo evitar reírse ante el comentario de su hija: "No te preocupes, aunque comiéramos aquí todos los días, puedo mantenernos sin problema."
Después de todo, el restaurante era propiedad de su familia.
Sin embargo, su hija siempre había pensado que vivían con lo justo y tanto ella como su marido, encontraron divertido mantenerla en la ignorancia, por lo que decidieron no revelarle la situación financiera de la familia.
Al oír la respuesta de su madre, Donia bromeó: "Tengo la sensación de que hay muchas cosas que no me cuentan." Alargó la última palabra, claramente escéptica.
Por ejemplo, ¿cómo es que una familia "pobre" parecía tener cada vez más recursos?
Claudia tosió ligeramente, "No es así, no hay nada que ocultarte."
El gerente del restaurante, que había sido avisado con antelación por el dueño, estaba esperando en la entrada. Al ver a Claudia, se apresuró a salir a recibirla con sumo respeto, "Señora, bienvenida."
Al escuchar ese saludo, Donia arqueó las cejas y dirigió a su madre una mirada significativa, como diciendo: ¿Esto es lo que llamas "nada que ocultar"?
Claudia se masajeó el entrecejo, las cosas habían salido a la luz demasiado rápido y no lo había podido frenar a tiempo.
Con la voz más tranquila que pudo, saludó al gerente del restaurante y luego, sin cambiar la expresión, se dirigió a su hija: "¿Ves? ¿El servicio de este restaurante no es excelente?"
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