Los ojos de Marcos brillaban como dos luceros.
—Ella no es una pobrecita —dijo, con una sonrisa que se le escapaba—, es más bien una chulada.
Jazmín sintió que algo le apretaba el pecho, pero no lo dejó ver. Se limitó a soltarle una broma, fingiendo que no le importaba.
—¿Qué pasó? ¿Ahora ya no quieres ser el salvador de nadie?
Antes, todas las mujeres que le gustaban a Marcos tenían ese aire de necesitar ayuda, como si fueran conejitas indefensas. Parecía que esa fragilidad era lo que lo atraía.
Por eso, ninguna de sus exnovias era hija de alguna familia poderosa; todas venían de familias comunes. Y, cuando la vida de esas chicas mejoraba, cuando por fin salían de la mala racha, Marcos perdía el interés. Terminaban y él se iba sin mirar atrás, como si nada. Sin duda, era alguien de cuidado.
—Ella es la segunda hija de los Montiel, no necesita que yo sea su salvador —respondió él, sonriendo de medio lado.
Jazmín parpadeó, sorprendida.
—¿La segunda hija de los Montiel?
Como su mejor amiga se había casado con uno de los grandes de San Márquez, Jazmín conocía bien a las familias de peso del lugar. Y claro, había escuchado hablar de la familia Montiel.
—Sí, se llama Estela. La conocí en un baile en Año Nuevo —dijo Marcos, y sus ojos parecían más vivos que nunca.
Empezó a contarle, con lujo de detalle, cómo la conoció esa noche, lo mucho que le llamó la atención, cada pequeña cosa que recordaba. Jazmín lo escuchaba en silencio, sintiendo que una punzada se le enterraba en el alma. Pero pensó que quizá esa sería la última vez, y decidió aguantar.
Cuando él se casara, ella por fin podría dejar de cargar con ese peso.
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