El presidente del Grupo Ferreira, Héctor Ferreira, era el padre de Esteban. Su esposa, Salomé Ibarra, provenía de una de las familias más reconocidas y tradicionales de San Márquez.
La unión entre Héctor y Salomé siempre se había considerado una alianza poderosa. Cada año, su aniversario de bodas llamaba la atención de todos los círculos sociales importantes.
Sin embargo, desde que hace siete años celebraron una fastuosa fiesta por sus veinticinco años de casados, dejaron de hacer eventos públicos para conmemorar su aniversario. Ahora simplemente optaban por viajar juntos al extranjero y disfrutar de su propio mundo.
Por eso, el regreso anticipado de Héctor y Salomé desconcertó a Gonzalo, quien no entendía qué estaba ocurriendo.
Esteban frunció el ceño.
—¿Quién soltó la noticia?
Gonzalo se encogió de hombros, sin atreverse a cargar con esa responsabilidad.
—Tal vez… hay alguien de la oficina de secretaría o alguna persona de confianza de la señora Salomé que anda pasando información.
El buen humor de Esteban se desvaneció de inmediato. Pensaba que tendría unos días más de tranquilidad, pero todo había terminado antes de lo esperado.
Ni modo, tarde o temprano tendría que enfrentarlo.
—Prepara a alguien para que vaya por ellos al aeropuerto —ordenó Esteban mientras cerraba un documento.
—Sí, presidente Ferreira.
Gonzalo asintió, recibió la instrucción y se fue sin decir más.
Sin embargo, la señora Salomé, madre de Esteban, al bajar del avión, no se apresuró a llamar a su querido hijo, sino que su primera llamada fue para su nuera, Ariana.
Ariana vio el nombre de su exsuegra en la pantalla y vaciló un momento, pero al final decidió contestar.
—Hola, Ari, ya regresamos de viaje antes de lo planeado tu papá y yo. Hoy en la noche cenemos juntos, mando a Manu por ti.
Salomé no dio espacio a Ariana para responder, simplemente la puso al tanto de sus planes con la familiaridad de siempre.
Pero, a diferencia de otras ocasiones, Salomé solo le propuso una cena, sin insistir en que fuera en la casa familiar.
Ariana pensó un momento.
—No te preocupes, con que me digas la dirección está bien, voy por mi cuenta.
La voz de Salomé sonó cálida y alegre al otro lado de la línea.
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