Ariana estaba parada afuera de la puerta, inmóvil, escuchando cada palabra.
—Ari es una chica tan buena, ¿por qué no puedes hacer las cosas bien con ella? ¿Tenías que divorciarte? ¿Acaso quieres que me muera de coraje? —La voz de Salomé resonaba con una mezcla de tristeza y enojo.
—El divorcio ya está hecho. Hablar de esto ahora no tiene caso —respondió Esteban con un tono seco, sin pizca de emoción.
—¿Cómo no va a tener caso? Todavía pueden volver a casarse —insistió Salomé.
—¿Volver a casarnos? —Esteban soltó una risa desdeñosa, su voz tan impasible que daba escalofríos—. Mamá, ¿de verdad quieres ver a tu hijo criando un hijo que no es suyo?
—¿Criando un hijo que no es tuyo? —Salomé soltó un suspiro ahogado, incrédula—. ¿Ahora de qué estás hablando?
Detrás de la puerta, los diez dedos de Ariana se habían cerrado en puños sin que se diera cuenta. Sus ojos, usualmente tranquilos, ahora brillaban con una frialdad que le congelaba el alma.
—Yo mismo la vi vomitar dos veces —continuó Esteban, su voz tan cortante como un ventarrón en invierno—. Pero en estos tres años, jamás la toqué ni con un dedo.
—¿Qué dijiste? ¿Nunca la tocaste en tres años? —Salomé quedó como si la hubieran electrificado, tambaleándose—. ¡Esteban, cómo pudiste tratar así a Ari!
—Ari siempre ha sido buena persona…
—Mamá —interrumpió Esteban, dejando ver su fastidio—, ¿cómo sabes que ella es buena? ¿Cuánto tiempo la has conocido en realidad?
El color se le fue del rostro a Salomé, pero no dudó en contraatacar—: ¿Dices que Ari está embarazada? ¿Y tu prueba? ¿La llevaste al hospital a hacerse un estudio? ¿En qué hospital, con qué doctor? ¡Enséñame ese reporte!
—¿Tú crees que se atrevería a ir? —Esteban soltó una carcajada sarcástica—. Y si fuera, seguro lo haría a escondidas… y terminaría deshaciéndose del bebé.
Las últimas palabras de Esteban atravesaron la puerta como cuchillas, directas al corazón de Ariana, haciéndola sangrar por dentro.
—No voy a escuchar tus tonterías. Yo no creo que Ari sea capaz de algo así —Salomé todavía defendía a Ariana, su voz dolida—. Esteban, si la pierdes, te vas a arrepentir toda la vida.
Ariana seguía escuchando, de pie, en silencio. Su corazón ya se sentía hecho pedazos.
Él no se iba a arrepentir.
En el fondo, él deseaba que ella desapareciera. O, peor aún, que cargara en su vientre un hijo ajeno.
—Hace cuatro años —confesó Esteban—. Cuando vi que tú y papá estaban tan obsesionados con que me casara con ella, empecé a sospechar.
Salomé no podía creer lo que escuchaba—: ¿Así que mandaste a investigar? ¿Y si ya lo sabías, por qué aceptaste casarte con Ari? ¿Por qué me diste una falsa esperanza?
Ella siempre había pensado que su hijo aceptó el matrimonio porque, en el fondo, sentía algo por Ariana. Después de todo, al principio se llevaban bien…
Esteban aclaró—: Acepté casarme porque acababas de salir de la operación del corazón y no quería darte un disgusto que afectara tu salud. Ahora me pienso divorciar porque Ari quiere repetir la misma jugada, meterse en mi cama para que el hijo de otro nazca con mi apellido. Pero yo no lo voy a permitir.
Ariana podía imaginar el rostro de Esteban mientras decía esas cosas: impasible, despiadado, como una piedra, igual que su voz.
Salomé temblaba de rabia—: ¿No te da miedo que tus palabras me afecten el corazón?
Esteban no se inmutó—: El doctor Béjar dijo que tus exámenes de los últimos dos años están excelentes.
Ariana, afuera de la puerta, ya no pudo soportarlo más.
Sin dudarlo, empujó la puerta y entró.
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