Esteban asintió despacio. Todo eso, en realidad, ya se lo había dicho su madre antes, solo que en aquel entonces no le entraba por ningún lado, porque en su corazón ya había decidido que Ariana lo había planeado todo a propósito.
Ahora, en cambio, sí lo estaba procesando. Por primera vez se puso a analizarlo con seriedad.
—Si esa pareja de esposos de mediana edad no se equivocó por descuido al darle el número de habitación mal al mesero y cambiar la botella de vino, entonces a fuerza alguien tuvo que avisarles antes de tiempo.
—¡Exacto! —Salomé se mostró atenta, con el ceño fruncido—. Si no, ¿cómo habría podido pasar algo tan casual justo ese día?
Al principio, Salomé también pensó que solo había sido un error, una confusión tonta que acabó en una desgracia imposible de remediar. Pero ahora que su hijo le contó que esa pareja murió en un accidente, ya no podía creer que todo fuera una simple casualidad.
—A ver, mamá, piensa bien —la animó Esteban, guiándola a recordar—. ¿Quién pudo haber tenido chance de escuchar tu plan?
Por supuesto, también existía la posibilidad de que alguien del lado de Ariana hubiera filtrado la información, pero ahora mismo ni siquiera sabía dónde encontrarla. Así que lo único que podía hacer era empezar descartando posibilidades del lado de su madre.
Salomé se esforzó por recordar con detalle.
—Ese día animé a Ari para que se te declarara el mero día de su cumpleaños. El lugar fue una cafetería por la Universidad de Terranova. Estábamos en un privado, pero igual no se puede descartar que alguien hubiera escuchado.
Esteban frunció el entrecejo.
—Una cafetería por la escuela… Eso sí que está imposible de rastrear.
Salomé lo sabía. Revisar algo así después de tantos años era prácticamente imposible, y las cámaras del lugar seguro ya ni existían. Sin embargo…
—Pase lo que pase, Ari jamás habría sido capaz de hacerte daño. Si puedes confiar en eso, es suficiente —dijo Salomé, mirándolo con una seriedad que atravesaba cualquier duda.
—Si no confiara, ni estaría aquí tratando de averiguar todo esto —respondió Esteban, con firmeza.
Al escuchar eso, la expresión de Salomé se relajó un poco. Desde que Ariana y su hijo se divorciaron, era la primera vez que lo sentía tan sincero.
Asintió, tranquila.
—Entonces solo te pido que aclares las cosas con esos amigos tuyos que también la juzgaron mal. No tienes idea de lo que Ari tuvo que aguantar por culpa de todo eso.
¿Y cómo no iba a saberlo Esteban? Bastaba con recordar la actitud de José Manuel y Nerea hacia Ariana para entenderlo todo.
Si esto lo hubiera escuchado dos meses atrás, Esteban solo habría pensado que Ariana no se atrevió a contarle nada a su madre por miedo a que terminara peor, que Salomé le pidiera el divorcio y saliera perdiendo.
Pero ahora… ¿qué ganas tenía Ariana de quedarse como señora Ferreira?
Ni siquiera a su madre le seguía escribiendo.
¡Al diablo con los juegos de hacerse la difícil!
¡Al diablo con los prejuicios que tenía!
De pronto, Esteban sintió unas ganas enormes de buscar a Ariana para pedirle perdón en persona.
Pero no sabía dónde estaba.
Por primera vez, Esteban entendió lo que era querer cocinar sin tener ni arroz ni frijoles en la despensa.

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