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El Arte de la Venganza Femenina romance Capítulo 256

—Gracias, señora Salomé —Ariana sintió un nudo en la garganta, tanto que por poco no pudo contener las lágrimas.

Desde el inicio, Salomé creyó en ella. Jamás dudó de su inocencia, ni siquiera cuando no había pruebas; su confianza era absoluta.

—Hay otra cosa —Salomé respiró hondo, como si estuviera tomando una decisión importante. Al hablar de nuevo, su voz cargaba una determinación inquebrantable—. Si ya no quieres ocultar que tú y Esteban están divorciados, tanto yo como el señor Ferreira te apoyamos.

—No te angusties por esos trescientos millones de pesos de penalización. Si ese hombre se atreve a exigirte ese dinero, yo lo pago. Quiero ver si realmente se atreve.

El corazón de Ariana dio un vuelco. Miró el teléfono, sorprendida.

—¿Ya lo sabías?

—Sí. Ese día, después de que nos separamos en el restaurante, llamé a la casa y pedí al abogado de Esteban que me enviara el acuerdo de divorcio.

Al recordarlo, la molestia se reflejó en cada palabra de Salomé.

—No puedo creer que te haya obligado a firmar una cláusula de confidencialidad tan injusta. ¡Qué desfachatez!

Se detuvo un momento. Cuando habló de nuevo, su voz era apenas un susurro cargado de culpa.

—Y yo… sabiendo eso, no hice nada para anular ese acuerdo de inmediato. En el fondo, también he sido egoísta.

—No diga eso, señora Salomé —Ariana no soportaba verla tan culpable y triste, así que se apresuró a responder—. Yo firmé ese acuerdo por mi propia voluntad, usted no tiene por qué sentirse así.

No mentía.

En su vida anterior, Ariana ya sabía que el divorcio venía acompañado de esa cláusula. Pero al renacer, su único deseo era terminar cuanto antes con Esteban, cortar de raíz cualquier lazo con él antes de que las cosas se complicaran, así que aceptó todas sus condiciones. Lo único que quería era el divorcio lo más rápido posible.

—Ari, fuiste muy ingenua. Aunque quisieras separarte, debiste cuidar tus propios derechos —comentó Salomé, dejando ver el cariño que le tenía.

—Para mí, lo más importante era divorciarme lo antes posible, y hacerlo sin ataduras. Nada era más valioso que eso —contestó Ariana, con una firmeza que sabía que lastimaría a Salomé, pero no podía ceder.

Ariana sintió cómo la humedad llenaba sus ojos. Si seguía hablando, no podría evitar llorar.

Así que, haciéndose de valor, decidió terminar la llamada.

—Señora Salomé, ya es tarde. Mejor descanse usted también. Yo voy a estar bien, no se preocupe.

—Sí, y el corazón de tu mamá… te prometo que lo cuidaré como si fuera propio. Descansa, Ari. Buenas noches.

Salomé no le dijo adiós. Ariana lo supo enseguida: tal vez esa sería la última vez que hablarían.

—Buenas noches, señora Salomé.

Las lágrimas, contenidas por tanto tiempo, al fin se deslizaron silenciosas por sus mejillas, acompañando la última sílaba de esa despedida.

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