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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 155

La cuidadora esperaba a un lado, lista para ayudar a Estefanía a lavarse, ir al baño y preguntarle qué quería comer después de que terminara su llamada.

Sentía el estómago vacío, con ganas de una sopa que la reconfortara. Pero primero preguntó por Elvira, y al saber que ella seguía bien, decidió por fin ocuparse de sí misma.

—Voy a pedir comida por aplicación, ¿me podrías ayudar a recogerla cuando llegue? —le pidió a la cuidadora.

Eligió cuatro o cinco platillos en un restaurante famoso por sus caldos, luego solo se dedicó a esperar el pedido.

Mientras tanto, por costumbre, revisó publicaciones en redes. Vio que Jerónimo había subido una foto grupal de la prepa, junto con otra reciente de la cena de ayer, comparándolas: [Nueve años atrás y hoy].

Estefanía no pudo evitar reírse. En esa foto vieja, se veía tan delgada como un frijolito, con un aire ingenuo y torpe.

La publicación recién salía del horno, nadie había comentado aún. Le dio un like y siguió bajando, hasta toparse con algo de Gregorio.

Gregorio había escrito: [No importa cuánto cambie el tiempo, siempre como antes. Les deseo lo mejor, hermano y cuñada].

Debajo, un video. Lo abrió, y de inmediato empezó la canción: [Te voy a amar hasta el final, hasta siempre…].

Estefanía cerró el video de inmediato.

Vaya, resulta que Gregorio estaba usándolo para declararse por esos dos. Qué curioso.

Como había estado tan borracha la noche anterior y hoy se la había pasado dormida, había dejado pasar lo que ocurrió en la noche. Ahora todo estaba mucho más claro: Benicio llegó más tarde a cantar y terminó haciendo un dueto con Cristina, cantando “La Decisión”, justo cuando ella y Elvira se habían caído.

Aun así, no le sorprendía en lo más mínimo.

Con la relación tan cercana entre Benicio y Cristina, cantar juntos una canción romántica no era la gran cosa.

Sin pensarlo mucho, Estefanía bloqueó a Gregorio. Mejor no ver ni enterarse.

Luego, pensándolo bien, también bloqueó a Ernesto y a todo ese grupo. Llevaban cinco años como “amigos” y nunca hablaban, solo servían para amargarle la vida.

Al llegar al nombre de Benicio, su dedo titubeó un momento, pero terminó bloqueándolo también.

Desde anoche hasta ahora, había pasado por todo: se lastimó, trató su herida, llegó sola al hospital y se atendió.

Todo lo había hecho por sí misma.

Siempre decían que sin Benicio ella no sobreviviría, pero ahí estaba. Por lo menos en esto, ni se le había cruzado por la mente llamarlo para pedir ayuda. Llegó sola, se internó sola.

Cuarenta minutos después, el pedido llegó.

Separó la comida en dos partes y le pidió a la cuidadora que le llevara una porción a Elvira, la vecina de cuarto. Invitó a la cuidadora a cenar con ella. Después de la sopa caliente, sintió el cuerpo reconfortado y por fin pudo descansar otra vez.

Había dormido tanto que, tras la cena, seguía despierta y despejada. El día se había esfumado. Faltaban solo diez días para irse.

Aun así, le preocupaba que su herida pudiera afectar el viaje, así que le mandó un mensaje a la Sra. Montoya.

[Sufrí una herida, ¿crees que pueda viajar?]

[¿Qué te pasó? ¿Dónde te lastimaste, es grave?] —respondió la Sra. Montoya de inmediato, preocupada.

Estefanía contestó: [Es una cortada pequeña, pero me pusieron puntos. Me da miedo no poder volar].

—Vengo en representación de todo el equipo de la gira —dijo Noel con una sonrisa—. Tengo una misión importante.

Estefanía rio también. A decir verdad, ni siquiera conocía a todos del grupo, pero cada uno de los que había tratado le demostraba siempre buena onda.

—¿Cómo fue que te pegaste en la cabeza? —preguntó Noel, mirando la venda que le rodeaba la cabeza.

—Ay, el piso del baño estaba resbaloso. Me descuidé un segundo —respondió Estefanía, sin querer dar detalles de sus líos personales.

Noel le llevó fruta fresca, unas bayas de temporada, que lucían jugosas y tentadoras. A Estefanía le encantaban.

Se pusieron a platicar mientras comían, hablando de la gira europea, de las obras, del itinerario. A Estefanía se le iluminaban los ojos al escuchar.

Eso era lo que en verdad soñaba desde el fondo de su corazón.

Ya no podía bailar, pero volver a estar en ese ambiente la llenaba de alegría. Ese era su lugar.

Benicio llegó en ese momento. La puerta estaba entreabierta y, desde ahí, lo primero que vio fue el brillo en los ojos de Estefanía. Y esos ojos tan chispeantes no miraban a nadie más… que a Noel.

Se quedó parado en la puerta un buen rato. Estefanía ni cuenta se dio; seguía platicando, riendo, gesticulando con entusiasmo junto a Noel.

Benicio, con el semblante endurecido, empujó la puerta y entró a la habitación, deteniéndose al lado de la cama.

Estefanía arrugó la frente. ¿A qué venía ahora? Seguramente, como ella no le contestó, llamó a Elvira para averiguar.

Benicio traía en la mano una bolsa de papel, con el logo de un restaurante francés famoso y carísimo.

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