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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 281

Estefanía solo podía pensar en el bienestar de su abuela. No quería escuchar nada que no tuviera que ver con ella.

—¿Y tú quién eres? —La mirada de Benicio, cargada de hostilidad, atravesaba a Gilberto como si quisiera intimidarlo.

Estefanía abrió la boca, pero Gilberto se adelantó, colocándose frente a ella para protegerla.

—Fani, vámonos —dijo Gilberto, lanzando una mirada rápida hacia Benicio, sin mostrar emoción alguna.

—¡Alto ahí! —Benicio se apresuró a bloquearles el paso, parándose justo enfrente de los dos. Sus ojos seguían siendo filosos, fijos en Gilberto, pero la pregunta fue para Estefanía—: ¿Ya sabes algo de tu abuela?

—Señor, creo que esto no le incumbe —contestó Gilberto, envolviendo a Estefanía con su figura. Vestía de negro, con una presencia imponente y una expresión seria que no dejaba dudas de su determinación.

Benicio soltó una carcajada despectiva.

—¿Que no me incumbe? ¿Y tú de dónde saliste? Pregúntale a ella quién soy yo. ¡A ver si de verdad no tiene que ver conmigo! ¿Sabes con quién estás hablando?

—Claro que sé —replicó Gilberto, con un tono tan impasible que el aire pareció enfriarse—. Benicio, eres el esposo de Fani... O bueno, ¿no debería decir ex? ¿No estás a nada de convertirte en su exmarido?

El "ex" retumbó en los oídos de Benicio como una provocación.

—¿Ex? ¡Ni lo sueñes! Estefanía, ven acá —ordenó de inmediato, casi por inercia, con la seguridad de siempre. Durante años, Estefanía había obedecido cualquier cosa que él le pidiera, sin cuestionar. Incluso ahora, aunque estuviera enojada, Benicio estaba convencido de que ella no cometería un error en los asuntos importantes.

Pero Estefanía no se movió.

Permaneció detrás de Gilberto, agotada por esa situación. Todo ese drama de marido y exmarido le parecía una pérdida de tiempo, especialmente cuando su abuela seguía desaparecida.

—Vámonos —dijo, aferrándose al brazo de Gilberto, sin ganas de seguir discutiendo.

Pero Benicio no la soltaba y negó con la cabeza.

—Estefanía, regresa a casa. Llevas un mes sin aparecerte. ¿No extrañas el hogar? Elvira renunció, ahora soy yo quien limpia todos los días. Todo sigue igual que cuando te fuiste. ¿Por qué no vuelves?

Estefanía lo miró con incredulidad, su paciencia al límite.

—¿De verdad tienes que seguir con esto, Benicio? ¿Tú crees que esa casa es mi hogar? Hasta la contraseña es el cumpleaños de tu “gran amor”. ¿De verdad piensas que es mi casa? Toda la decoración es justo como a ella le gusta, ¿crees que yo podría sentirme ahí en casa? Te lo digo, detesto ese sitio.

Benicio se quedó sin palabras, paralizado ante la sinceridad de Estefanía.

—Señor Benicio, le pido respeto. Mejor mantengamos la dignidad —dijo Gilberto, soltando uno a uno los dedos de Benicio hasta liberar la mano de Estefanía, y luego se la llevó.

—¡Estefanía! —gritó Benicio, viendo cómo subía al carro de Gilberto. Permaneció ahí, inmóvil, durante mucho tiempo, hasta que un policía de la delegación lo llamó y él, como si despertara de un sueño, reaccionó: tenía que buscar a la abuela. Eso era lo único que de verdad importaba para Estefanía. Encontrarla era la prioridad.

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